Restaurantes

Divos Anti-Davos

Las pistas de la más exclusiva estación italiana son, año tras año, la alfombra blanca en la que se concentra el mayor número de millonarios por metro cuadrado, que sólo pretenden disfrutar del esquí, el glamour de sus calles, su excelente gastronomía y pasar desapercibidos

Audrey Hepburn («Charada»)
Audrey Hepburn («Charada»)larazon

Las pistas de la más exclusiva estación italiana son, año tras año, la alfombra blanca en la que se concentra el mayor número de millonarios por metro cuadrado, que sólo pretenden disfrutar del esquí, el glamour de sus calles, su excelente gastronomía y pasar desapercibidos

Estamos en el invierno de 2015/ 2016. Todas las estaciones de esquí están ocupadas por «photocalls» de los romanos... ¿Todas? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles ampezzanos resiste todavía y siempre al invasor. Se trata de Cortina D’Ampezzo, la exclusiva estación de esquí de Los Dolomitas italianos, donde sus habitantes se niegan a perder uno de los signos de identidad de su refugio alpino: la discreción. Este inconfundible comienzo de los cuentos de Astérix es perfecto para definir el oasis que congrega a mucha rara avis en esta etapa en la que hasta los reyes indiscutibles del glamour y lo chic como Carolina de Mónaco y la familia Grimaldi sucumben a la nota de prensa para patrocinar su vida privada y social. Recordemos los recientes y múltiples trajes de novia de Beatrice Borromeo en su enlace con Pierre Casiraghi: los Twitter de Valentino y Armani tardaron segundos en confirmar su procedencia. Resulta, por ello, extraña esta especie de Galia alérgica a salir en los medios. Sólo algunos de sus habitantes, generalmente un par de ellos por año, se dejan fotografiar bajo la impecable mano de Naty Abascal para las páginas de «¡Hola!», pero, en sus casas, sin aclarar en qué zona se encuentran y sin dar detalles de su día a día en este reducto del glamour con sabor añejo y alergia a los flashes.

Lo primero que uno debe saber si decide ir a Cortina y no tiene casa es qué hotel elegir. Hay que huir del lujo de las 5 estrellas: no es necesario. De hecho, hay poco más de seis de esa categoría en toda la localidad. La ciudad está llena de pequeños establecimientos de 4 o 3 estrellas que ya de por sí son lo suficientemente encantadores (y caros): Hotel de La Poste, Ancora o Bellevue son algunos de los habituales debido a su céntrico emplazamiento, frente a los míticos, alejados y cincoestrellados Cristallo o Miramonti, escenarios de las andanzas de Sean Connery en «Solo para tus ojos» o desde cuyas terrazas Audrey Hepburn seducía a Cary Grant en «Charada». Pero también hay pequeños hoteles «meublè», como el Natale, en los que los mismos huéspedes llevan años reservando la misma habitación en las mismas fechas, pues ésa es otra de las características de Cortina: mantener rutinas, encantadoras y divertidísimas. Y, en verdad, no muy estresantes. Si uno decide no esquiar, cosa bastante frecuente, sobre las once de la mañana hay que acercarse al centro, que está estructurado en torno a la calle principal, Corso Italia, eje de la vida social y del «shopping». Se puede –realmente, se debe– parar a tomar algo en cualquiera de las cafeterías que hay entre tienda y tienda, como Embassy o el salón de té del Ancora, y, por supuesto, ir a La Cooperativa di Cortina, el centro comercial más «seventies» que uno imagine, en el que puedes encontrar literalmente de todo: desde el «radicchio» más fresco a cera para la madera del salón (todas las casas tienen decoración típica de montaña), pasando por champú especial para mascotas, las más mimadas de Italia. Los miércoles y los sábados también se debe ir al mercadillo que hay frente a la estación para comprar algo de cashmere, un «must», que sustituya al del año pasado. El «look» de esta hora depende siempre de si nieva o no. Lo más correcto es optar por algo informal, tipo vaquero discreto con botas, jersey de cashmere fino, buen abrigo de piel y gorro, las señoras; los caballeros, con una informal austriaca o abrigo tres cuartos con botas o zapatos, dependiendo del tiempo. Fundamental: nunca, absolutamente nunca, con ropa de esquí, para no ser confundido con un «caníbal», que es como los habituales llaman a los foráneos que no saben comportarse y, además, cargan con los esquíes con la punta hacia atrás. Pecado mortal.

Remontes sin cola

Para los que optan por esquiar, no hay que madrugar. Las pistas de Cortina deben ser las menos concurridas del planeta. Entre nueve y media y diez es una buena hora para subir, pues no hay que hacer colas en los remontes, salvo que sea Navidad o Año Nuevo. Entre semana, uno puede darse el gustazo de bajar desde el Cristallo por unas espectaculares pistas recién pisadas solo o con sus amigos hasta Rio Gere, donde a mediodía hay que parar para el aperitivo. Si se opta por esquiar en la zona del Faloria, este pequeño descanso hay que hacerlo en el refugio de Col Drusciè. Y, si uno es asiduo, no tiene que confirmar la reserva para almorzar una hora más tarde en su terraza, con una de las vistas más bonitas de la zona. Dependiendo del día, a media mañana se puede tomar un «bob caldo» –bebida energética con alta graduación– si hace mucho frío, o un Campari o vino, si el sol acompaña en la terraza. El almuerzo, por supuesto, no será ni frugal ni informal: mesas vestidas esperan para degustar la rica cocina ampezzana que mezcla lo mejor de la italiana, la alemana y la tirolesa. Entre los comensales, a priori, no hay rostros conocidos ni, por supuesto, «corners» multimarca con famoso incorporado, pero bajo los últimos modelos de alta montaña de Armani o The North Face se esconden miembros de familias como los Agnelli, Natuzzi, Prada, Rufo di Calabria o Barilla. Tras los cafés, no son muchos quienes vuelven a las pistas. Si acaso, un descenso hasta el pueblo, donde potentes todoterreno Mercedes o Land Rover esperan a pie de pista para volver a casa, descansar, darse un baño y prepararse para la tarde. Sobre las seis conviene estar de nuevo por Corso Italia con «outfit» de aperitivo vespertino. Para ellas, abrigazos de visón o zorro, que cubren, protegiendo del frío, un «look» de vestir, con zapato o tacón dependiendo del plan previsto y ya con alguna buena joya; ellos, con blazer, austriaca formal o toque tirolés con sombrero y, si procede, corbata. El esmoquin está ya desterrado salvo en ocasiones muy puntuales. El Hotel de La Poste es, quizá, el lugar más tradicional para esa hora, aunque cualquiera de los otros locales son también perfectos. Hay que recordar que los ricos sándwiches, quesos y embutidos que acompañan a la bebida no nos deben hacer olvidar que estamos en el aperitivo previo a una cena en cualquiera de los estupendos restaurantes que pueblan las laderas de la montañas del valle, no los del centro, destinados a turistas que, a veces, tienen la osadía de dejarse ver por Corso Italia, ¡y a esa hora!, con ropa de esquiar.

Canarino para dormir

Cuando la torre del reloj de la sobria y elegante iglesia del XVIII marca las ocho, conviene ir cambiando de escenario. La comida sarda de Leonne e Anna, el coqueto y casi privado comedor de Lago Pianozes o los delicados platos italianos del Meloncino son tres de los vértices de uno de los muchísimos triángulos culinarios que pueden trazarse entre las laderas de esas montañas que, probablemente, congreguen la mayor cantidad de millonarios por metro cuadrado que uno pueda imaginarse. Las cenas suelen comenzar con un nuevo aperitivo de prosecco y terminar con un canarino, rica y suave infusión de corteza de limón, perfecta para un sueño reparador, necesario para un nuevo día.

A la salida de cualquiera de esos restaurantes no va a haber problemas, ya que en Cortina no hay paparazzi que hagan tambalear los cimientos de las fortunas que sostienen la economía italiana y de medio mundo. Quizá por ello no es mal escenario para que nuestra Reina Letizia, tan reacia a ser inmortalizada en su vida privada, vaya con Felipe VI y sus hijas, Leonor y Sofía, a la pizzería del camping, el sitio preferido por los niños para las cenas más informales.