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El artículo de Lomana: Despacho multiusos

Con Beatriz de Orleans en el desfile de Tot-Hom, en la embajada francesa
Con Beatriz de Orleans en el desfile de Tot-Hom, en la embajada francesalarazon

No puedo comprender el revuelo que se ha organizado alrededor de la consejera presidencial de Trump por hacer unas fotos subida de una manera informal con sus tacones en el sofá del Despacho Oval para inmortalizar con el móvil el encuentro mantenido por su jefe Donald Trump y 64 líderes universitarios afroamericanos. Personalmente me ha parecido una forma muy simpática, natural y espontánea. A lo largo de sus más de cien años de historia en ese despacho ha ocurrido de todo desde los hijos de Kennedy jugando debajo de la mesa donde él estaba trabajando, tórridas y archiconocidas aventuras de Bill Clinton con la becaria Monica Lewinsky, dando rienda suelta a sus pasiones o la nada correcta foto de Barack Obama con los pies encima del histórico escritorio. Probablemente ese sofá también habrá sido testigo y refugio de confortables siestas. Por eso me parecen ganas de criticar por criticar en este bucle de ataque y derribo al presidente Trump que hace radicalizar cada día más a su favor a los millones de seguidores que le han votado y que nadie respeta.

Otra de las plagas que nos invaden últimamente es la de los «millennials»... ¿Qué es eso? Quizá se pregunten algunos. Fiestas dedicadas a «millennials», desfiles sólo con «millennials» pues no son ni más ni menos que la gente joven de esta generación con una media de 18 a 25 años. Hay cosas que no desaparecen, sencillamente se transforman. Cada generación tiene su propia energía vital y la manera de reclamar sus libertades y, en este momento, lo tienen más fácil que nunca en una supuesta sociedad entre democrática y ultraliberalizada donde se pueden vestir como quieran, moverse de estrategia social, casarse con el sexo que quieran, incluso hasta cambiárselo, opinar abiertamente y acceder a todo tipo de información. Me gustaría saber qué tipo de libertades les quedan por defender a los «millennials». En los 60 fue la revolución de «Hagamos el amor y no la guerra». Espiritualidad flores, incienso, filosofía y forma de vida orientales configuraban a los hippies –para mí la época más bella y evocadora pensando que íbamos a cambiar el mundo...–. Absurdo creer que una actitud ante la vida oriental, budista o induista se podría trasladar a Occidente y terminó degenerando en drogas de todo tipo y alcohol que se llevó a mucha gente por delante.

En los 90 aparecieron los «yupis», una forma de entender la vida basada en el éxito personal, se consumía de una forma compulsiva solamente para ser y parecer como efecto demostrativo hasta llevarnos a un proceso de histeria y frustración en el que se buscaron terapias alternativas que nos ayudasen a salir de ese momento tan egocéntrico que era más parecer que ser. Espero que en algún momento se quiera salir de aquello que obliga a pensar en una única dirección buscando lo auténtico, lo diferente que hay en cada uno de nosotros, algo muy valioso que proteger. Sólo el pensamiento creativo puede darles respuestas en un mundo tan uniforme y mecanizado.

Como les decía, las cosas sencillamente se transforman, y así un consumo antes prohibido de marihuana ahora se ha convertido en un gran negocio de lujo en envases preciosos creando incluso un club en Beverly Hills, Cannabis Club, un club de «maría» para famosos o muy muy ricos vendiéndose a 600 euros la onza. Rihanna tiene una marca de productos de cannabis que van desde golosinas y patatas fritas hechas con marihuana a camisetas. La marca se llama «Marihanna» y los envases tienen un aspecto vintage precioso y unos precios prohibitivos. La sociedad de consumo y el márketing tienen una enorme capacidad para absorberlo todo y vivir fuera de la realidad en un paraíso perdido a golpe de marihuana siempre buscando el Shangri-la de la felicidad.