Artistas
El tercer «sí quiero» de Norma Duval
Parece que ahora va en serio si no vuelven a reñir. Está dispuesta al tercer «sí, quiero» de su vida, tras más de veinte años unida a Marc Ostarcevic, padre de sus hijos; y nueve recluida por un José Frade a quien Enrique Cerezo hizo más millonario comprándole su catálogo. Producía un cine barato pensando en el gran público. Hoy es repertorio televisivo.
–¿Será antes de que acabe el año, si no hay más vueltas o revueltas, Norma? Con vosotros nunca se sabe.
–Es posible. Se sabrá a su debido tiempo.
Ríe firme, ya más empresaria náutica que espléndida vedette tal en el Folies Bergère parisiense donde entusiasmó. No se entendió que lo dejara, como no mediasen complicaciones emocionales. Quizá nostalgia del terruño en plena gloriosa juventud. Pese al envidiable «chauvinismo», la compararon con la mítica Mistinguett, creadora de una publicidad que, en los locos años 20, la llevaron a asegurar en un millón de francos «mis torneadas piernas del muslo al talón», cantaba. Pero los suyos no llegaban a los de Celia Gámez. Eran más estilizados, menos rotundos al gusto ibérico. Norma estuvo varias temporadas encabezando la espectacular apoteosis, tiempos en que le crearon idilio con un adinerado coruñés que estaba en silla de ruedas siempre empujada por Virucha, su madre, dueña de una firma de electrodomésticos. Fue escandalazo porque lo tenía rendido con el desafiante plumerío de Norma, también emparejada escénicamente a Fernando Esteso.
Mi paisana era íntima de Papuchi Iglesias Puga y seguía a Julio mundo adelante. La recuerdo invitadora cuando él debutó en el Olympia que ya había pisado, y, entusiasmado, la cartagenera Maruja Garrido, diva en Los Tarantos de la barcelonesa Plaza Real. Allí se consagró Gades con Juan Roselló, que alternaba la flamenquería con galas de Ella Fitzgerald, Aznavour, Duke Ellington y el Ballet Moiseiev para el Palau de la Música. Mantenido por la agradecida generosidad de María Márquez, allí pasaba su vejez el gran Vicente Escudero, creador de un decálogo de gestos sobrios para que los bailarines danzasen «en hombre» sin afeminamientos. Ardua tarea en el mundo del «arsa y toma» donde sobresalía Roberto Iglesias. Gades adoptó el método y combatió el habitual retorcimiento de dedos y muñecas. Escudero las exigía rígidas y planas. Maruja Garrido fue la folclórica preferida por Dalí, que siempre le pedía «El bardo»: «Se enamoró, un pobre bardo,/ de una chica de la sociedad./ Y era su vida, la del pobre payaso,/ que gemía con ganas de llorar».
Dalí también lloraba con la tierna historia y meneaba su bastón de puño marfileño con una figura erótica. A Maruja hasta le dedicó un libro y Norma llenaba el Español del Paralelo. La quería y representaba Marc, extinguido al romper. De Frade no se supo más, y algunos respiraron, y Mathias desconcierta porque creen que no tiene lo que dice. Sara Montiel siempre contaba cómo les costó cobrar la casa de Na Burguesa que le vendieron. Pero nadie discute que este verano alquiló la desierta isla Tagomago a Justin Bieber. Parece película de lujo, amor y misterio.
✕
Accede a tu cuenta para comentar