Papel

Ivanka y Jared, la pareja que quiso ser como Jackie y J.F. Kennedy

La hija de Donald Trump y su esposo reafirman semana a semana su posición de poder dentro de la Casa Blanca, donde todos saben que susurran al oído del presidente.

Tanto Ivanka Trump como Jared Kushner gozan del favor del presidente, que nunca ha escondido su predilección por su hija. Su yerno, demócrata por tradición, se cambió de bando y unió fuerzas con el republicano desde que éste lanzó su campaña, en la que Kushner fue decisivo
Tanto Ivanka Trump como Jared Kushner gozan del favor del presidente, que nunca ha escondido su predilección por su hija. Su yerno, demócrata por tradición, se cambió de bando y unió fuerzas con el republicano desde que éste lanzó su campaña, en la que Kushner fue decisivolarazon

La hija de Donald Trump y su esposo reafirman semana a semana su posición de poder dentro de la Casa Blanca, donde todos saben que susurran al oído del presidente.

S on, cómo decirlo, una pistola de dos cañones. La dupla atómica. Nadie tiene tanta influencia en Washington D.C. Nadie susurra al oído del presidente Trump con la misma certeza de que será escuchado, excepto Ivanka Trump, la venus glacial, y su marido, Jared Corey Kushner, ideólogo logístico de una campaña electoral que electrocutó a la vieja nomenclatura. Ella embelesa por su suavidad, con esa sonrisa celeste que igual vale para vender anillos de diamantes que para tontear con el primer ministro canadiense. Su coherencia emana de su imagen, dulcificada y tierna, como contraste a la del padre. Él trae al damero político una herencia terrible, de guetos en Europa y supervivientes del Holocausto. Vivió en carne viva la defenestración paterna, enchironado por asuntos chungos. Al padre de Kushner, Charles, le puso los grillos Chris Christie, el otrora todopoderoso fiscal general de Nueva Jersey. Charles fue encontrado culpable de evasión fiscal, manipulación de testigos y ofrecimiento de donaciones ilegales a las campañas políticas. De paso contrató a una prostituta para que se acostara con su cuñado, grabó el incidente y envió la cinta a su hermana Esther. Cumplió un año y salió triturado. Hasta que Jared, que nunca dudó de su inocencia, se hizo con las riendas del «New York Observer» por 10 millones de dólares y, poco más tarde, con el legendario 666 de Fith Avenue tras desembolsar 1.800 millones.

Hace unos meses escribíamos que a Jared, en calidad de asesor de Trump, le había tocado trabajar junto al antiguo verdugo de su padre, Christie. Ya no. En cuanto tuvo ocasión, y aliado con Steve Bannon, arrojó al figurón de Nueva Jersey a la trituradora de papeles. Ni una ofensa sin castigo, ni una lágrima por el voraz tiburón. Máxime cuando todos comentan que Christie desató la caza de brujas animado por su insaciable ambición política: Charles, al cabo, hubiera sido intercambiable por cualquiera que le diera carrete en los noticieros. Para comprar el 666 de la Quinta, Jared vendió las propiedades inmobiliarias familiares y a punto estuvo de arruinar a la familia. Su desembolso coincidió con la crisis financiera. Pero tranquilos: el chico apuesto, tímido y educado escondía a un leopardo. Su facilidad para renegociar contratos, su implacable disciplina y una voluntad de superviviente de todas las cacerías le permitió, primero, reflotar las cuentas y, ya consolidadas, convertirse en el cachorro multimillonario e ideal de los muy multimillonarios e ideales apoyos del partido demócrata en Manhattan.

Hasta que Trump cogió su fusil, Ivanka gritó más madera y tocó situarse codo con codo junto a Donald. Al principio en calidad de joven ambicioso, más tarde como escritor de discursos, poco después como piqueta que derribaba las coordenadas logísticas de la campaña para resituarla en el siglo XXI. Su audacia, y la alianza con Bannon, han terminado por situarle en un despacho oficial en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Al lado del presidente y muy cerca de Ivanka, que está a lo mismo pero sin cargos oficiales, sueldos o juramento. Las malas lenguas, tan picantes, aseguran que Jared e Ivanka fueron decisivos para que Trump expulsara del paraíso a Corey Lewandowski, su antiguo director de campaña. Gracias por los servicios, chaval, pero el tiempo del perro de presa había caducado. Necesitaban del «big data» y de un cerebro a la altura, bien horneado en el fuego empresarial y con contactos en los salones nobles de los grandes periódicos. Necesitaban a Jared igual que a Ivanka, la encantadora mandíbula del primero y la capacidad de ella para absorber el fuego racheado y responder hablando del cambio climático y los niños hambrientos.

«Podría ser lo mejor de la presidencia de su padre», escribió hace meses Linda Masarella, del «New York Post». «Durante la campaña», comenta Masarella, «pudo verse a Ivanka a su lado en más ocasiones que a su esposa, Melania, y fue convocada a menudo para que diera discursos impactantes. Trump no ha ocultado que quiere que su hija le acompañe a la Casa Blanca. Cuando en agosto le preguntaron a qué mujer nominaría para su gobierno si era elegido, sólo dio un nombre. Puedo decirte lo que todo el mundo me repite. Nombra a Ivanka, nombra a Ivanka, lo sabes, ¿verdad? Es muy popular, lo ha hecho muy bien, y deseo lo mejor para ella».

Ante el Senado

Lástima que los nuevos Kennedy, tan acicalados y esculpidos, tan cincelados en el mejor mármol que puede uno comprarse, sufran a diario las asechanzas de la Prensa y el acoso de un legislativo que los mira con sospecha. Así, esta misma semana supimos que Kushner tendrá que comparecer ante el Comité de Inteligencia del Senado para explicar sus amistades con el embajador ruso Sergei Kilsyak y con el presidente de un banco ruso. A la segunda reunión al parecer también asistió el general Michael Flynn, obligado a dimitir hace unas semanas por su conversaciones secretas con Kilsyak antes de jurar cargo alguno, y que anteyaer se ofreció a testificar ante el Senado a cambio de inmunidad.

Pero nadie parece capaz de eclipsar el ascenso vertiginoso de un Kushner que el lunes juraba su cargo como jefe de la Oficina de Innovación Americana. Da un poco igual que la oficina todavía no exista: lo crucial es confirmar con títulos el inmenso ascendiente que tiene en la Casa Blanca. Sus aliados incluso cuentan que fue crucial para sacar a Irak de la lista de países cuyos ciudadanos no podrían viajar a EE UU, así como una importante labor de contrapeso en cuestiones de índole social. Es posible, pero también abundan las antiguas amistades, los socios de los clubes más reputados de Madison Avenue, que se hacen cruces con la deriva de aquel al que consideraban uno de los suyos.