Actores

¿Qué te pasa Johnny (Depp)?

El desmejorado aspecto físico que muestra el actor en una fotografías que se hizo con admiradoras en San Petersburgo, está dando que hablar

Johnny Deep posa con una fan en la ciudad rusa de San Petersburgo / Instagram
Johnny Deep posa con una fan en la ciudad rusa de San Petersburgo / Instagramlarazon

El desmejorado aspecto físico que muestra el actor en una fotografías que se hizo con admiradoras en San Petersburgo, está dando que hablar

Está demacrado, pálido, afilado. Tiene las ojeras malvas y el cutis purulento de los mejores zombies. Parece listo para ingresar en los Rolling Stones de 1971. Dispuesto a esculpir unas guitarras con cascabel de crótalo en los surcos de «Exile on Main Street». Pero si hasta el diablo con anillos de calavera, su excelencia Keith Richards, lo declaró hijo adoptivo y heredero pirata en aquellos corsarios del Caribe con ron ron ron sobre el cofre del muerto. Johnny Depp, 1963, actor, ídolo, fetiche de todo un tiempo y un cine en paralelo al Hollywood convencional, asusta al miedo. Contemplen las fotografías que le han sacado los fans, horas antes del concierto con su grupo de rock and roll, los Hollywood Vampires, en San Petersburgo. Unas fotografías que son puro halógeno. O sea, crudo y puro horror desplanchado que, en días de «selfies» y redes sociales y «amateurismo» consagrado, hay quien toma por refrescante espontaneidad y oxigenante podredumbre. Unas imágenes que han venido a confirmar la certeza largamente masticada en todos los departamentos del cuore. A saber, que a Depp le quedan dos telediarios. Que vuela sin motor rumbo al vertedero. Desatado en una violenta decadencia. Listo para sentarse junto a todos los guapos oficiales que hicieron de su combustión un pantocrator donde moran los retorcidos descapotables de James Dean, Monty Clift y el resto.

La anunciada decadencia viene de lejos. La corroboran los rumores a cara de perro y la separación, acusaciones de malos tratos incluidas, de su última pareja. La aderezaron las historias de unos abogados fúnebres, empeñados en advertirle de que no parece sensato gastar todos los meses cientos de miles de dólares en vino. La subraya aquella presentación del «Asesinato en el Orient Express», con el actor borracho en la alfombra roja, mientras el resto del reparto hacía lo posible por evitar que tropezase y acabara tributando los piños delante de los fotógrafos. Quedan lejos, y cada día más, las películas por las que lo amamos. Especialmente aquellas a las órdenes de su director fetiche, Tim Burton, con el que puso patas arriba las convenciones y entregó criaturas tan formidables como aquel Eduardo Manostijeras, el detective que seguía los pasos del jinete sin cabeza soñado por Washington Irving, el tímido novio de la novia cadáver y, sobre todo, el inolvidable, maravilloso Ed Wood acompañado por su pandilla monster y un drácula enganchado a la morfina. Queda el consuelo de acudir a los DVDs y la bendita esperanza de que, digno hijo de Richards, acumule los suficientes rumores de melopeas, sobredosis y ciegos para sobrevivirnos a todos.