Hollywood

Los Grimaldi, víctimas de un mal de ojo del siglo XIII

La amante de Raniero I, despechada, le echó una maldición: su familia sería siempre infeliz en amores.

Carlota y Dimitri Rassam se prometieron el pasado marzo, se convirtieron en padres en octubre y ahora han roto
Carlota y Dimitri Rassam se prometieron el pasado marzo, se convirtieron en padres en octubre y ahora han rotolarazon

La amante de Raniero I, despechada, le echó una maldición: su familia sería siempre infeliz en amores.

Corre la leyenda que en el siglo XIII Raniero I, el iniciador de la saga monegasca, se negó a casarse con una mujer. La amante despechada le echó una maldición por la que su familia será infeliz en amores. Eso dice una leyenda trágica que a veces se queda corta si analizamos la realidad de las últimas generaciones del principado monegasco. Comenzando por el último Rainiero, el padre de Carolina, Alberto y Estefanía, un hombre triste que declaró haber tenido una infancia infeliz porque solo veía a sus padres a las cinco de la tarde y durante una hora. Raniero sabía que su madre, Carlota Grimaldi, era la hija ilegítima que su abuelo, Luis II de Mónaco, tuvo con una modelo de fotografías artísticas, Charlotte Louise Juliette Louvet, aunque también cuentan que era cocinera. Como es natural en las relaciones entre aristócratas díscolos y plebe, Luis II se desentiende de esa hija hasta que, dado que no tiene más descendencia, su trono peligra y no le queda otra que reconocer a Charlotte Louise y convertirla en duquesa de Valentinois y heredera del Principado. Mientras él se casa con una actriz que se encarga de dilapidar la fortuna de su príncipe, a Charlotte la desposan con un conde y así, entre un padre rey y un marido conde, vuelven las sangres a azularse. De esa unión nacen Raniero y Antonieta. Esta última tampoco se libra de la maldición, además de haber tenido tres maridos, el último, bailarín, murió repentinamente a las seis semanas de la boda. Antonieta quiso destronar a su hermano, Raniero III, y fue expulsada de palacio. Años más tarde consiguió acercar posiciones, una vez que Grace Kelly ya no estaba en este mundo porque había muerto trágicamente al salirse su coche por exceso de velocidad en la carretera que une el principado con Niza. Nunca se aclaró quién conducía el vehículo, si ella o su hija Estefanía, menor de edad. Grace Kelly no fue tan feliz como había leído en los guiones de Hollywood. El argumento real era más complicado que los guiones de coristas y príncipes. El marido no era la alegría de la huerta, el Principado era poco más o menos tan grande como su finca familiar de Filadelfia y los tres hijos, Carolina, Alberto y Estefanía, no tuvieron adolescencias fáciles. Carolina se casaba en 1978, en contra de la opinión de los padres, con un «play boy». Dos años más tarde ya estaba divorciada y pasó tres viviendo la vida loca. Que si Guillermo Vilas, que si Paul Belmondo... Hasta que en 1983 se casa con Pierre Casiraghi loca de amor y embarazada del que será su primer hijo, Andrea. Siete años le dura la felicidad porque en 1990 Pierre se mata en el mar pilotando su lancha rápida de «offshore». La conmoción es enorme, en Mónaco diluvia y Carolina no puede casi andar; es llevada casi en volandas por su padre, pero el Principado no decreta días de luto, la vida sigue y Carolina se refugia en la campiña francesa con sus hijos, pierde el pelo y adelgaza tanto que cuesta reconocerla hasta que aparece Vincent Lindon. Vuelve a sonreír, pero no le dura. Se cruza con Ernesto de Hannover, que además de príncipe es el esposo de una amiga. Se casan y el príncipe alemán le proporciona su cuarto hijo, Alexandra, y un título, princesa de Hannover. Al poco tiempo se dan cuenta de que no puede ser, llámele incompatibilidad de caracteres o alcohol. Si Carolina lo ha intentado con todo –deportistas, actores y aristócratas– a Estefanía no le ha ido mejor, aunque ella ha ampliado más el círculo con guardaespaldas, actores, equilibristas, domadores, monitores de esquí... Ninguna ha encontrado la estabilidad emocional y están solteras. El actual príncipe, Alberto de Mónaco, parecía que se iba a quedar soltero hasta que apareció una nadadora olímpica, pero nadie parece creer en la felicidad de este matrimonio. La última afectata de esta leyenda es Carlota Casiraghi, que no ha tenido un final feliz con ninguno de los dos padres de sus hijos. Los que se salvan, de momento, son sus hermanos Pierre y Andrea, que parecen felices junto a Beatrice Borromeo y Tatiana Santo Domingo, aunque Pierre tiente a la suerte con su manía de navegar en embarcaciones de alto riesgo, como su padre, Stéfano, que murió con 30 años.