Historia

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Luis Quintanilla: El escándalo de casarse con Aline Griffith

El conde de Romanones, decorador y anticuario, era un enamorado del teatro y un hombre exquisito, culto. Cuando se anunció su boda con la estadounidense, la sociedad entera se sorprendió, pero, en contra de los pronósticos, permanecieron juntos hasta su muerte, en 1987

Aline Griffith junto a su esposo y padre de sus hijos, el conde de Quintanilla
Aline Griffith junto a su esposo y padre de sus hijos, el conde de Quintanillalarazon

El conde de Romanones, decorador y anticuario, era un enamorado del teatro y un hombre exquisito, culto. Cuando se anunció su boda con la estadounidense, la sociedad entera se sorprendió, pero, en contra de los pronósticos, permanecieron juntos hasta su muerte, en 1987.

El actual conde de Romanones, Álvaro Figueroa y Griffith, es una persona discreta y alejada del barullo social ya casi inexistente en «los Madriles», donde, como en la canción, «no volverán sus fiestas ni lucidos saraos». Pasaron a la historia y apenas hay ya convocatorias en Joy Eslava, en cuya puerta desde media tarde jóvenes «bien» formaban interminables colas. Pedro Trapote reorientó el negocio que en la actualidad maneja su hijo pequeño, nacido del encanto venezolano de Graciela. Aunque posee igual gancho Begoña García Vaquero, hermana de esa Mar que sorprendentemente la hizo cuñada de Felipe González al separarse de Carmen Romero, un malestar matrimonial que se cocía desde hacía años. Mar es prudente, callada y reservada en la misma tónica que su predecesora, aunque menos antipática. Cautiva como Begoña. Superaron al Ritz, el Palace y el Pavillón, lugares para concentrar los abundantes vips que pululaban en la Villa y Corte. Ninguno sobresalió como el conde de Quintanilla, más conocido como Luis Quintanilla, años después heredero del histórico condado de Romanones, tan ligado al siglo XX, donde eran capitanes generales con mando en plaza. A su antojo hacía y formaba gobiernos sin que el rey de turno, algún Alfonso, hiciera objeciones. Romanones es un condado con pedigrí pero poca antigüedad (1893) comparado con los siglos de Medina Sidonia, Alba o Medinaceli, quinientos años sobre sus blasones, alguno recibido de los Reyes Católicos.

elegancia a la antigua

La España de los años 60 tenía dos gallos de pelea que todos se disputaban: el marqués de Villaverde, porque así adoraban al santo por la peana, y Luis Quintanilla, conde de lo mismo. Era elegante a la antigua usanza, tenía una tienda de antigüedades en un esquinazo de la Castellana y se especializó en la decoración, práctica que algunos creyeron de poca alcurnia. Él iba a la suya y, enamorado del teatro –entonces casi no había tele–, sentía pasión por los galanes del momento. A Carlos Larrañaga le decoró su primer piso de casado en Orense, 29, cuando aquello era un descampado sin los rascacielos actuales. Recuerdo su habilidad para modificar muebles y cómo ante nosotros cogió una mesa redonda «que no te servirá para nada», la transformó en dos y puso las improvisadas consolas a cada lado de la pequeña chimenea del apartamento con tres habitaciones incluyendo la de María, que los atendía, fue una más de la familia.

Quintanilla, aún no Romanones, ayudaba a los actores que le gustaban en mala situación económica dándoles mil pesetas de la época, siempre un verde, más que para ir tirando. Un mecenas. El tan apuesto galán aportó a su matrimonio con María Luisa Merlo a Juan Carlos, hijo nacido de un amorío. Con su madre, María Fernanda Ladrón de Guevara, peleó para conseguir la paternidad total. El niño estuvo en mis brazos durante la boda celebrada un mediodía del 26 de diciembre –pronto cumplirían aniversario– en la céntrica iglesia de San José, confluencia de Callao con Gran Vía. A la ceremonia no asistió Quintanilla, aunque tenía buen rollo con la Merlo. Sorprendió su ausencia sabiendo el ambiente cómo él jaleaba a Larrañaga, que era un James Dean a la española y había cautivado a Cary Grant cuando con Sophia Loren coincidieron en «Orgullo y pasión». Finalizado el rodaje, le invitó a un viaje por los países escandinavos, donde tuvieron un accidente. Salió en la prensa y así se supo el enredo tan bien escondido. Durante meses en el Gijón no se habló de otra cosa y recuerdo a Paco Rabal, desde la barra, gastándole bromas soeces al hermano de Amparo Rivelles.

Quintanilla y Villaverde eran una especie de «pisaverdes» elevados al cubo: viajados, exquisitos, cultos, con magnífica posición. El luego Grande de España, medio pariente de Alfonso XIII, se casó en 1947 con Aline Griffith, norteamericana que era un bicho raro en aquella España que el mundo despreciaba por autoritaria y supuestamente antidemocrática. Escandalizó tras la sorpresa. «Pero, ¿es cierto que se casa Quintanilla, será posible, se ha vuelto loco?». No salían del asombro conociendo sus intensas relaciones, especialmente con Ava Gardner, Audrey Hepburn, Lauren Bacall y Luis Miguel Dominguín. Pese a las objeciones, estuvieron juntos hasta que él murió en 1987. Fueron padres de tres hijos varones, Luis, Álvaro y Miguel.