Nueva York
Melania Trump, al asalto de la Casa Blanca
Empezó su carrera como modelo en París. Cuando llegó a Nueva York, decía que era austríaca. Sonaba más glamouroso que su pueblo natal de Sevnica en Eslovenia. A Melania Trump siempre le gustó ir por su cuenta. Empezó a hacer anuncios a los 16 años, aunque comenzó como profesional después de estudiar. Su madre adoraba la moda, siempre les gustó ir a Italia o París. Por eso, cuando se trasladó a la ciudad francesa fue algo casi natural. En 2004 llegó su momento definitivo de gloria al comprometerse con Donald Trump. En enero de 2005, se casaron en Palm Beach (Florida). Su boda salió en todos los medios de comunicación. No en vano se esposó con uno de los hombres más populares y poderosos de Estados Unidos. La prensa, inquieta siempre ante los bandazos sentimentales del magnate, reparó en uno de esos detalles que tanto gustan: Melania lució en el enlace un vestido de Christian Dior de 200.000 dólares. La felicidad de la pareja se colmó cuando, en 2006, dio a luz a un hijo, Barron William Trump.
A sus 45 años, en el hipotético caso de que Donald Trump ganase primero la carrera de las primarias republicanas y después las elecciones presidenciales, Melania Knauss se convertiría en la primera dama de Estados Unidos, aunque todavía casi nadie toma en serio sus aspiraciones presidenciales.
Melania utiliza la atención que consigue de los medios de comunicación para vender su línea de joyas, Melania Timepieces y Fashion Jewelry. «Para mí, hacer piezas que las mujeres puedan disfrutar y con las que pueda mimarse es un placer, sobre todo si se tiene en cuenta que tienen un precio asequible, por debajo de los 200 dólares», indicó en el espacio Entertaiment Tonight. También, tiene una línea de cosméticos que creó con vitaminas y caviar para reparar, hidratar y renovar la piel. Ya no reniega de sus orígenes eslovenos. Su marido, previo pago, acepta hacer publicidad de los cristales Radarska, parecidos a Swarovski, cada vez que hay algún tipo de promoción. Y siempre ha invitado al embajador de turno esloveno a su mansión de Florida.
Con todo lo excéntrico que parece, Melania explica que el secreto se su matrimonio es que nunca ha intentado cambiar a su marido. Para ella, su vida es normal y le encanta su pasión por los negocios. A su juicio, Donald los conoce como la palma de su mano.
Volcada con su hijo
Melania está volcada con su hijo. Acomoda su horario de trabajo al del colegio de Barron. Así, le hace el desayuno, le lleva al colegio, le recoge y pasa las tardes con él. Su agenda profesional depende de las necesidades del niño. Su hijo ha salido a su esposo, aunque reconoce que fisicamente se parece a los dos. Le concede todos los caprichos, cuando el niño solo quería jugar con aviones llenó su cuarto de todos los prototipos aéreos que estaban en el mercado. A cambio, «el pequeño Donald», como así le llama, sabe que tiene que tener su habitación siempre recogida. Disciplina sí, pero condescendencia también.
La vida de Donald y Melania se reparte entre Nueva York y Palm Beach (Florida). En sus mansiones nunca faltan las flores blancas. Siempre que puede las inmortaliza con su iPhone y las sube a su página de Facebook. Una de sus aficiones favoritas es comprar en los exclusivos almacenes Bergdorf en la Quinta Avenida, justo al lado de Tiffany´s. Su dieta es estricta. Le enloquecen las ensaladas, nunca falta en su frigorífico pepinos, tomates y zanahorias. Y si se permite alguna licencia culinaria, lo hace con mimo. Por ejemplo, no reniega de la pizza siempre que sea casera y orgánica. Ahora prefiere mantener un perfil bajo, ayudar en lo que pueda a su esposo, pero no opina sobre las polémicas que le acompañan, como la crítica feroz que hizo de los mexicanos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar