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Mohamed VI: Un rey atípico en el amor y el desamor
De joven era encantador, deportista, delgado y fibrado. Encandilaba a su pueblo, que luego, cuando llegó al trono, asumió que disolviera su harén y fuera hombre de una sola esposa, como ahora que se divorcie
De joven era encantador, deportista, delgado y fibrado. Encandilaba a su pueblo, que luego, cuando llegó al trono, asumió que disolviera su harén y fuera hombre de una sola esposa, como ahora que se divorcie.
Mohamed VI tiene desconcertado a Marruecos. Nadie esperaba su real determinación de divorciarse después de lo que peleó para unirse hace 16 años a la que todavía es su esposa. Conocí a Mohamed siendo príncipe, allá en 1991, en Marrakech, cuando Carmen Ordóñez montó «un flamenquito» con el que amenizar cinco días de matrimonio. Se unían un heredero de Hermès con la hija del violonchelista Rostropóvitch. Echaron la casa por la ventana. Tras el arsa y olé inicial vinieron las ceremonias religiosas, la ortodoxa, la católica y la apoteosis de una «fantasía» marroquí con carreras de caballos, los protagonistas portados en sillas a hombros y una escenificación de las «Mil y una noches». Fue la primera salida de Carmen Martínez-Bordiú con el entonces recién conocido Rossi y los fotógrafos, arriesgándose, reptaban por los tejados del hotel intentando pillar sus primeros arrumacos.
Dejaron que Carmen montase el palmoteo porque entonces era muy influyente en las altas esferas de allí, siendo primer ministro André Azulay. Hasta entonces tenía una bonita relación con uno de sus guapos yernos que fue a Sevilla y su Expo con el séquito de Mohamed. Entonces, el monarca asombró con su perfecto y rico conocimiento del castellano aprendido de una profesora española que se marchó a vivir con ellos a palacio. La conocí y me contó que se asentó allí «para que los príncipes no dejasen de practicar». De joven, Mohamed era encantador, deportista, delgado y fibrado. Encandilaba a su pueblo que luego, cuando llegó al trono, admiró su empeño modernizador de tan hermosa tierra que está tan a la mano y apenas conocemos, aunque no es mi caso. Paso allí largos fines de semana. Hoy, por ejemplo, casualidad, me pilla en Marrakech con la mitificada Mamounia, donde en su restaurante piscinero con Pitita Ridruejo, Mike y Julio Ayesa vimos amarillear el sobaco de las chaquetillas cortas de los camareros. Se nos cortó el apetito.
El Mamounia compite con el Es Saadi Palace, igual que con el veterano Hotel Tikida, primer alojamiento que tuve en aquel viaje que ya es historia. Durante siete veranos descubrí Oualidia y sus inmensos arenales donde te puede pasar de todo. Es una aventura imprevisible para la que recomiendo salacot y hasta coraza para descubrir la antigua Mogador portuguesa, aun con ruinas que acreditan aquel dominio. Un año fui con Cari Lapique y Carlos Goyanes. Quedaron deslumbrados de cómo se come. Conozco bien el Atlas y no dejo de recomendar una escapada al ahora atestado Marrakech con su bulliciosa Place Jemaa. Pero no descuiden el cambio experimentado en la ciudad roja. Es parte de la modernización de Mohamed, similar a la que en Tánger tuvo su frente al mar, ahora con una nueva playita incorporada junto al hotel de los Vestrynge, un testimonio de los años de colonia española. Está en la antigua avenida de España, hoy de Mohamed V, que remata su final con un Hilton que no tiene el lujo de buen gusto afrancesado que el rey usó al derribar el típico paseo de palmeras transformándolo en rampas que facilitan bajar a la blanca arena.
Tánger se favorece ahora empujada por Mohamed, que retomó el enorme y nostálgico palacio que tienen a pie de mar. En verano aquello lo llena el séquito real, dándole un movimiento diferente al trajín urbano. Mohamed se encuentra a gusto allí, a veces pasea por la ciudad, ve los avances en la zona costera y cómo le ganan al mar. Paseándolo, uno cree estar en Niza o Cannes. Mohamed continuará las mejoras agrandando las carreteras. Ya lo hizo con la de Asilah y la que conduce a Rabat, acortando así kilómetros.
En cuanto al divorcio, no parece conmover a su pueblo porque allí las mujeres solo son consortes y no reinas con poder de decisión. La cuestionaron en su tiempo por considerarla de poca monta, pero hoy aplauden la determinación rompedora de su ya nada esbelto soberano. Hasta en eso se han modernizado.
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