Familia
Primera Comunión de las gemelas Thyssen sin Borja
Expectación y especulación ante la primera comunión andorrana de las gemelas Thyssen de tanto parecido familiar, que se celebra hoy. Dudan que acuda Borja, por lo que se dice. Mientras, han tenido que prorrogar «Cinco horas con Mario» dos semanas en el Reina Victoria, ahora en manos de Carlos Sobera, empeñado hasta las cejas. Enrique Cornejo lo programó varios años y fue impactante ver a María José Cantudo haciendo alta comedia. El más activo de nuestros empresarios parece deshinchado, aunque en el Muñoz Seca, antaño refugio de la Bella Chelito –historia viva de la «frivolité» ciudadana–, triunfa y resiste el ballet español de Luciano Ruiz.
A otro nivel es lo de la vallisoletana Lola Herrera, que siempre recuerda, no sé si agradecida, que «la primera entrevista de mi vida me la hiciste tú». Ocurrió un atardecer coruñés junto a la puerta que tomó Carlos V para ser proclamado emperador de Alemania. Tiempos de Imperio en los que no se ponía el sol, como en la carrera de Lola, tan fiel al Mario teatral, ya un símbolo en nuestros clásicos. Delibes lo consiguió en 80 minutos durante los que Lola da lección.
–¿Por qué no alargáis nuevamente?
–Es imposible: hemos de ensayar la nueva comedia francesa que estrenaremos en Avilés a primeros de julio. Una pena...
–Pero te queda el recurso de volver a resucitar a Mario.
–Ya. Nunca creí que lo pasearía tanto. Es la quinta vez. Mario, lo has dicho, ya es tan clásico como «Señora ama» o «La malquerida». Un personaje al que cada uno aporta cosas nuevas.
–Natalia Millán lo intentó sin impactar ni dejar huella.
–No sé cómo estuvo. No la vi, pero sería diferente.
Hubo una comida de celebración coincidiendo con su cita a la peña IV Poder. Casa Lucio pendiente de la «starlet» nada diva, ella que trabajó con la engolada Lola Membrives, genio de otro modo de hacer teatro: «Pero doña Lola era un prodigio de naturalidad», evoca. Allí estaba un juvenil Paco Valladares, siempre añorado. Era buen continuador de la galanura actoral de Closas y de Carlos Larrañaga, que apoyaron el debú escénico de Rocío Dúrcal en «Un domingo en Nueva York». Fue mejor actriz que su antagónica Pepa Flores, luego recuperada por Paco Gordillo, que adaptó a su enriquecida voz el serratiano «Tu nombre me sabe a yerba». La nueva Marisol opacó a la de «Un rayo de sol». Cuento a Lola la muerte de Paquito Belinchón, siempre a la vera del Luis Sanz, descubridor de Marieta. Lo conoció profundamente vía Vicente Parra, tutelado por Sanz en sus primeros años. Un triángulo anticipado a la libertad actual. El séptimo arte de entonces producía tales extremismos que eran de toma pan y moja.
–El cine nunca me quiso.
–Pero ahí está tu «Función de noche», ya ejemplo de «cinema verité». Nunca nadie había revelado tantas intimidades matrimoniales ante las cámaras. Incluso decías que, pese a tener dos hijos, no sabías lo que era un orgasmo.
–Y así era. Cosas del tiempo en que cundía la frustración y no podía decirse.
Alguno comenta la muerte del hermano de Yvonne Reyes, con apenas 40 años y un mundo por delante. Lola retoma el hilo cual en otro tiempo: «Mi suegra se suicidó con una pistolita de su marido –el gran Manuel Dicenta–. Nadie lo supo. Lo hizo tan bien que apenas vieron el orificio de la bala que luego encontró Mimí Muñoz». Era madre del insuperable trío formado por Vicky Lagos, Mara Goyanes y María José. «Tras romper con Daniel, me salvó la vida vivir con ellas. Mimí resucitaba a un muerto», me dice. Qué no sabrá ella, viuda de un Mario que no aguanta la tumba fría. Por eso Lola lo saca a escena de vez en cuando. No se ha visto nunca un difunto más rentable. Cosas del teatro.
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