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Rocío Jurado: su cuñado contará «toda la verdad» en un libro

El esposo de Gloria Mohedano se prepara para descubrir nuevas historias de «la más grande». ¿Detallará, por ejemplo, cuando ya vestida de novia quiso dar marcha atrás a su boda con Pedro Carrasco?

José Antonio Rodríguez, autor del libro, junto a Rocío Flores, Amador y Gloria Mohedano, Gloria Camila y José Ortega Cano
José Antonio Rodríguez, autor del libro, junto a Rocío Flores, Amador y Gloria Mohedano, Gloria Camila y José Ortega Canolarazon

El esposo de Gloria Mohedano se prepara para descubrir nuevas historias de «la más grande». ¿Detallará, por ejemplo, cuando ya vestida de novia quiso dar marcha atrás a su boda con Pedro Carrasco?

Temo lo peor ante un desguace familiar culminado por Gloria Camila: estoy impactado, temblando y a la vez expectante por ver qué contará, o mas bien apañará, José Antonio Rodríguez, marido de Gloria Mohedano, en el libro que escribe sobre «la más grande». No puedo imaginar por dónde tirará. No hay que malpensar en un ataque frontal a la cantante porque su esposa no lo permitiría. Y bien lo demostró días atrás, indignándose tras leer un capítulo a las hermanas Sole y Carmen Jara. La primera, folclórica de pro, también podría relatar las vicisitudes o acaso agravios vividos a la sombra de La Jurado, algo que los puristas del cante y la copla siempre discutieron. Era completa, cantaba todos los palos y no pasará a la historia de lo jondo aunque hizo historia con «Si amanece» y «Señora».

¿Qué contará el cuñadísimo? Él siempre fue persona, que no personaje, de segunda fila en el entorno de la chipionera. Un cero a la izquierda sólo aplaudido porque su empresa constructora erigió la ermita de «Yerbabuena», doble escenario de las bodas de Jurado y Ortega, y de Rocío y Antonio David. Fue una jocosa madrugada donde el achispado mataor, sin poder tenerse en pie, se lanzó con el «estamos tan a gustito» jaleado y perdurable remate a la fiesta nupcial donde la contrayente lució un enrevesado y feísimo traje del gaditano Tony Ardón. Por el contrario, la cantante asombró con un abrigo morado y tocado a juego de los Luchinos con una elegancia infrecuente en ella, especialmente los últimos años cuando se puso en manos de su peluquera y «mi cuñá», como la presentaba siempre. «Miamizó» su aspecto con un melenón digno de la rumbera Charitín. Más de una vez la acompañé a comprar trajes rutilantes en los chinos de la calle Flager.

No duermo preguntándome en qué consistirá el volumen. Algunos creen que de ella ya está dicho todo. Igual saca sus celos de «Pasodoble» con Rosita Ferrer. Gran nombre de la copla, luego tenidos a Carmen Jara que la sustituyó en Valencia cuando agonizaba el romance con Enrique García Verneta. Tampoco tuvo más que roces con la inmensa Celia Gámez cuando Luis Sanz las hizo encabezar el cartel de «Fiesta», del que las hermanas Hurtado cuentan y no acaban. Tan mal digería las ovaciones a la argentina nacionalizada española por Alfonso XIII, uno de sus protectores. Acabaron pronto y mal. Una fiesta escacharrada como más tarde ocurrió con Imperio Argentina, historia viva de nuestro cine. La Jurado pidió una pasta gansa para poner en pie lo imaginado por Claudio Segovia, hacedor porteño del «Tango argentino» que arrasó en Broadway. Ahí Jovita Luna popularizó «Viejo Madrid, mi tango» con compases de «Por la calle de Alcalá». José Antonio Campos tragó carros y carretas y hasta impuso a María Vidal, entonces delgada principiante, al lado de monstruos como Juanita Reina y Nati Mistral. Echaron mano de Gerardo Vera, que no entendía de copla, y sacaron adelante el magno espectáculo de la Expo 92. Mientras las demás se alojaban en hoteles, a Rocío le pusieron un chalé con cocinera y peluquera y ella pretendía, vengativa, que esta antología no incluyese ninguna canción de Concha Piquer.

«Vera prohibió que hiciéramos declaraciones del montaje y hasta decir los temas que cantaríamos», evocaba sin disimular su cabreo ya santo y seña de una personalidad reconocida en Argentina y México, donde Rocío nunca impactó aunque la amadrinase Lucía Méndez, a la que adoraba con el mismo entusiasmo que a una bailarina mexicana del conjunto de «Azabache». Tenía esas fijaciones y quizá su cuñadísimo aclare qué las motivaba. Ya conté cómo Verneta la marcó a sangre y fuego. Luego vino la bondad de Pedro, hacedor de su hija ahora enzarzada en una zaragata montada por el clan Ortega con la guapa y sesuda Gloria Camila al frente. La niña que quizá gane «Supervientes» es de armas tomar y no tiene las dañinas aficiones de su hermano Josefer, a quien el análisis siquiátrico considera «inimputable». Cabe que el juez a la vista de esa conclusión ordene dónde lo ingresarán para recuperarlo. Mis preguntas son incesantes: ¿Detallará el cuñado cuando ante el santuario de la Virgen de Regla y vestida de novia por Herrera y Ollero quiso dar marcha atrás?

José Antonio convivió con Rocío como para conocer sus cabreos cuando tras sus giras metía la mano en la nevera para buscar un refresco y solo encontraba telarañas. Si ella no apoquinaba, nadie llenaba aquello. Sus gritos se oían en Tánger, pero era conformista con los consejos de Gloria. A lo mejor larga confidencias que yo viví, como que Rocío no entendía el rechazo fraternal ante su ropa: «Pero Rosío, mi arma, ¿has visto que mal te queda eso?», insistía. «No sé, ¿tú crees?», dudaba ella, «Es un abrigo de José Luis». Y al día siguiente lo veíamos lucido sobre los hombros de Gloria. Que lo cuente, aclare, describa o censure. Aunque no creo que se atreva. Sería la historia más grande jamás contada.