Casa Real
Su mejor legado, Felipe VI
No es fácil ser madre de un rey. Al menos en España. Para Sofía de España ni siquiera fue fácil ser Reina
No es fácil ser madre de un rey. Al menos en España. Para Sofía de España ni siquiera fue fácil ser Reina.
No es fácil ser madre de un rey. Al menos en España. Tenemos una historia, un pasado rico en anécdotas que lo demuestra.
Para Sofía de España ni siquiera fue fácil ser Reina. Primero tuvo que ejercer de Princesa de España y, como Juan Carlos I, ser protagonista de un paso de la dictadura a la democracia. Pero tampoco creo que eso haya sido lo más complicado. Lo más difícil llega cuando el calendario dice que vas a cumplir ochenta años y que, aunque el título diga que sigues siendo la Reina doña Sofía, otros te imponen el adjetivo de reina emérita, reina madre, o incluso la reina dimisionaria. Me cuentan que el otro día asistió a un concierto, y uno de los invitados le preguntó:
«¿Cómo está el Rey emérito?».
A lo que ella respondió con una sonrisa: «Oh, está muy bien el Rey don Juan Carlos».
Sí, doña Sofía tiene carácter. Falta le ha hecho con toda la tropa que ha tenido alrededor. No ha tenido que impostarlo. Le viene de familia: nieta, hija, esposa y madre de Rey. Se dice en una línea, pero el peso de los siglos también deja sus huellas en la personalidad. Cuando llegó a España era «la griega», aquel apelativo con que le bautizaron los que no eran amigos, desde la Falange a los comunistas. Pero ha pasado el tiempo –eso que dicen que pone a cada uno en su sitio– y su vejez está siendo tranquila y serena, con esa paz que da haber cumplido con el deber.
Sorprendentemente, y a pesar de los muchos años en el trono, se le han aplicado pocos reproches. En el pasado muy pasado, haberse llevado al infante –ni siquiera era aun Príncipe– y a sus hermanas a India a ver a su madre y también poner tierra por medio de un incidente familiar. Y en el presente más reciente, haber viajado a Estados Unidos para ver su hija Cristina y a su yerno Iñaki Urdangarín y ser portada de «Hola!» todos sonrientes. Pocos reproches. Ningún miembro de la Familia Real puede exhibir un palmarés tan impecable. Sobre todo en un país donde uno de los deportes nacionales es despellejar al prójimo.
Hay también quien le responsabiliza de las bodas de sus hijos. Pero como dice un amigo mío, si se nos juzga por nuestros hijos, vamos todos listos. Pero incluso en este apartado, la gran aportación de la Reina ha sido su hijo Felipe VI. Un hijo en el trono. La obligación de toda Reina.
Cuando las circunstancias forzaron la abdicación de Juan Carlos I no hubo palabra que quedara para la posteridad por parte de doña Sofía. Pensó que debía desaparecer, como hacía su esposo. Y desde entonces, poco a poco, ha vuelto a aquellos actos protocolarios que Zarzuela, es decir su hijo, le ha pedido. En estos cuatro años y medio, ha sido el miembro de la Familia que, al margen de los Reyes Felipe y Letizia, más presente en la agenda real. Y todo con una sonrisa. Y encima velando por su hermana Irene, compañera de piso en Zarzuela y por sus hijas, nietos, y yernos.
Doña Sofía siempre tuvo una gran admiración y afecto por su madre, Federica de Grecia, lo cual no impide que supiera que su presencia en la vida pública griega, fue una de las causas de la caída de la monarquía durante el reinado de Constantino. Afortunadamente, el carácter de doña Sofía es mucho más parecido al de su padre, el rey Pablo, –e incluso, como ha dicho en alguna ocasión– también el de su hijo Felipe.
El legado de Sofía es su biografía como Reina, pero también su hijo, el Rey. Y ese afecto es mutuo. Por eso aquel incidente en las puertas de la catedral de Palma con la reina Letizia tuvo tanta repercusión en la Familia, especialmente en don Juan Carlos y don Felipe. El primero porque, a pesar de todo, no tolera que otros hagan un feo a su esposa. Y don Felipe porque comprende como nadie que doña Sofía quiera hacerse una fotografía con sus nietas a las que, por cierto, no ve ni en pintura.
Pero la Reina ha sabido esperar. Dicen que porque ha aguantado mucho. Quizá. Ha visto como las cosas pueden estropearse, pero también arreglarse. Con doña Letizia parece que se arreglaron pronto. Demasiado pronto. Pero al menos demostró un cambio de actitud en la consorte real.
Otra cosa es su matrimonio. El «caso Corinna» y las escuchas del ex comisario Villarejo no han hecho más que hacer crecer la popularidad de doña Sofía. Así los reflejaron también los españoles en las encuestas del CIS. Por su parte, Felipe VI valoró su esfuerzo en esas circunstancias y también ha multiplicado su agenda en los últimos meses.
Cuando hoy celebre su ochenta cumpleaños con una fiesta organizada por los Reyes, veremos a sus familiares griegos y daneses, pero también a una invitada singular. La infanta Cristina, que no asistió al ochenta cumpleaños de don Juan Carlos para evitar que acudiera con Iñaki Urdangarín, no faltará a esta celebración. Será diferente. Su madre se merece que esta vez no falten ella y sus hijos.
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