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Tener tiempo para perderlo

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Estamos jugando a las adivinanzas, ¿se declara o no la independencia de Cataluña? Lo que antes me preocupaba ahora ha dejado de interesarme. Me parece todo tan poco serio por parte de la Generalitat que no acierto a comprender a qué juegan. Podríamos quedarnos mucho tiempo en este abstracto limbo político con la decisión no proclamada de ganar tiempo hasta que el Gobierno decida poner en macha el famoso y nunca recurrido 155 de la Constitución. Lo peor para Cataluña es esta inseguridad jurídica que hace poner pies en polvorosa a los empresarios, bancos, aseguradoras y más de 1.100 empresas en huida, mientras la escapada de la clase política es hacia delante para ocultar sus fechorías. La masa se indigna, no contra los embaucadores sino contra quienes les han señalado como enemigos. Nos esperan días de turbulencia. Rajoy debe saber que ya no basta esperar, hay que actuar.

Mientras tanto, intento analizar en este comienzo de otoño, que siempre me pone melancólica y revirada, qué hacer para superar esta etapa de transición que odio y verme ya en la víspera de Reyes camino de la primavera. ¿Darme a la buena vida? ¿Olvidar mis responsabilidades? Los mayores lujos son los que nos dan satisfacción y eso varía según la persona y el momento. Los míos no son tener un cochazo de miles de euros, ni estar encerrada en una urbanización de lujo, mi riqueza es una casa cerca del mar, si puede ser, a pie de playa, ver amanecer y atardecer cerca de él, descalza y escuchando mi música favorita. Otro es dormir a pierna suelta sin miedo a que suene el despertador. Uno de mis mayores placeres es bailar. Sí, bailar, como suelo hacer todos los veranos en Marbella. Desentumece el cuerpo y el espíritu, te llena de alegría y solo necesitas música y dejarte llevar. Otro de los grandes lujos es el tiempo. Tener tiempo para perderlo... Para estar en mi casa rodeada de mis libros y publicaciones de moda como «Vogue», «Harper’s Bazaar», «Telva» o «Vanity Fair», tomar un té con algún dulce a media tarde. Y si para muchos es un lujo viajar, como viajo y he viajado tanto, el mío es volver a casa. Mi baño, mi cama, mi cocina, mis orquídeas, el olor de mi casa, que siempre es muy personal: a mimosa y canela.

Hoy mi lujo es poner la televisión para ver los premios Princesa de Asturias en mi querida ciudad de Oviedo. Recuerdo algunos años en los que estuve invitada como uno de los actos más emocionantes de mi vida y que me produjo gran felicidad por el cariño inmenso que me une a esa tierra. Cuando veo el teatro Campoamor me visualizo entrando en él, acompañada de mis padres, cuando empezaba la temporada de ópera en septiembre. Teníamos un palco que en este momento puedo ver en la televisión y que me hace recordar mejores tiempos. Como el baile al final de la temporada en el que cubrían el patio de butacas convirtiéndolo en una maravillosa pista de baile. Mientras desde los palcos, en una pequeña mesa, cenábamos. La sociedad ovetense siempre fue elegantísima y uno de los escenarios en los que desplegaba todo su esplendor era en la ópera.

Sigo en la contemplación de la llegada de los Monarcas al teatro. La Reina Letizia lleva un maravilloso vestido que podría haber hecho Dior, pero es de su modisto de cabecera, Felipe Varela. Le quedaba como un guante y recuerda a los de Grace Kelly en «La ventana indiscreta». Está impecable. Solo pondría un pero a su peinado nada favorecedor, esa raya a un lado y el pelo pegado a la cara no hay quien lo resista sin parecer Doña Rogelia, ella con su belleza lo aguanta...está mejor que nunca. Puedo observar que sus brazos ya no muestran esa extrema delgadez y musculación nada elegante. Karen Armstrong ha recibido el Princesa de Asturias a las Ciencias Sociales. Una mujer admirable que se ha dedicado a estudiar todas las religiones y su conclusión es que todas llevan a que: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti». Ese siempre ha sido el lema que guía mi vida.