Historia

Historia

La leyenda negra de la «monja de las llagas»

Los estigmas de Jesucristo que tuvo María de los Dolores Quiroga y Capopardo le propiciaron más de un enemigo

La leyenda negra de la «monja de las llagas»
La leyenda negra de la «monja de las llagas»larazon

Los estigmas de Jesucristo que tuvo María de los Dolores Quiroga y Capopardo le propiciaron más de un enemigo.

La historia de María de los Dolores Quiroga y Capopardo (1811-1891), más conocida como sor Patrocinio, «la monja de las llagas», es hoy tan ignorada como fascinante. Nacida en el término municipal de San Clemente, en Cuenca, tuvo los estigmas de Jesucristo en manos, pies y costado desde 1830; sufrió también persecuciones dentro y fuera de la Iglesia, así como vejaciones constantes del demonio; y recibió dones y carismas extraordinarios, como el de introspección de conciencias, que le hacía leer el alma de la gente.

Sor Patrocinio era franciscana. Pertenecía a las concepcionistas descalzas y fue abadesa y fundadora de diecinueve conventos. Su belleza física e inteligencia cautivaron incluso a políticos masones de la época, como Salustiano Olózaga, que viéndose una y otra vez rechazado por ella emprendió, por despecho, una campaña de calumnias acusándola, entre otros infundios, de provocarse los estigmas. Pero testigos directos de diversa extracción social, empezando por la mismísima reina Isabel II de España, han dado fe de sus revelaciones, éxtasis y milagros.

El 13 de agosto de 1831 se le apareció a sor Patrocinio la Virgen dejándole la imagen de Nuestra Señora del Olvido, Triunfo y Misericordias, venerada hoy en el convento del Carmen de las concepcionistas franciscanas de Guadalajara, donde también reposan sus restos mortales en una de las capillas laterales.

El 19 de julio de 1907 se hizo público el decreto de apertura del proceso ordinario de su causa de beatificación y canonización, todavía en curso hoy.

w Palabra de reina

Pues bien, conozcamos ya sin más demora el testimonio desconocido de la reina Isabel II, legado de su puño y letra a la posteridad en París, el 18 de enero de 1904, del que se desprende sin ningún género de dudas la santidad de sor Patrocinio.

Dice así: «He sido testigo de esto –afirmaba la soberana– y puedo jurarlo con la mano puesta sobre mi corazón y sobre la imagen de Dios, que me ha de juzgar. Contra ella se ha dicho todo lo malo que decirse puede; pero todo fue urdido por los emisarios del maldito Satanás que, así como a los primitivos cristianos echaban los gentiles la culpa de cuantas desgracias ocurrían, así también los masones, si se encendía en España la guerra civil, si caía un ministerio, si se atentaba contra mi real persona, si se daba algún puesto a algún personaje, enseguida gritaban por medio de la prensa impía: «Son cosas de la monja sor Patrocinio»; y yo protesto delante de Dios y de los hombres, que ella jamás tuvo parte en tales cosas ni se mezcló nunca en asuntos de gobierno ni de política. Y doy muchas gracias a Dios porque me ha conservado la vida hasta este momento en que puedo desmentir de una manera solemne todas las calumnias e imposturas que contra tan santa religiosa propagaron los enemigos de Dios y de la patria española.

Aunque mi amada y venerada madre sor Patrocinio no tuviera a su favor más que la clase de hombres que la persiguieron, desterraron y calumniaron, tendría bastante para que cualquier persona sensata se formara un subido concepto de su virtud. La persiguieron los malos, los impíos, los enemigos de la Iglesia, prueba inequívoca de que ella no era de su bando, sino buena, piadosa y santa. Siento un indecible consuelo en dar esta declaración en los últimos años de mi vida, a favor de la inocencia y de la justicia perseguida. Yo moriré contenta, y Dios, en cuya presencia hago esta declaración, la reciba en descuento de mis pecados y culpas y aumento de gloria que creo firmemente goza ya mi tan amada madre sor María de los Dolores y Patrocinio».

Coincidiendo, en efecto, con el hostigamiento a las órdenes religiosas en España, iniciada con los gobiernos del conde de Toreno y de Martínez de la Rosa, que supuso la expulsión de la Compañía de Jesús o la matanza de frailes, entre otros muchos desmanes, se calumnió vilmente a esta mujer consagrada a Dios.

La pobre monja fue acusada de provocarse las llagas y de intervenir en política aprovechándose de la confianza que inspiraba a la entonces reina gobernadora, María Cristina de Borbón, y a su hija Isabel II.

La horrible campaña de injurias prosiguió incluso después de su muerte, en 1891, haciéndola pasar a la Historia como una impostora sin escrúpulos. Todavía hoy, sin ir más lejos, en los libros de Historia sigue aludiéndose a ella como si fuera una criminal. El precio, quién sabe, si de una futura santidad por fin reconocida.

@JMZavalaOficial