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La duquesa de Guadalupe o la emperatriz Carlota de México
Conocida como «La Petite bonapartiste», por su interés por Napoleón I
Conocida como «La Petite bonapartiste», por su interés por Napoleón I.
El rey Leopoldo I de los Belgas, cuando su yerno el archiduque Maximiliano, hermano del emperador Francisco José de Austria, acababa de aceptar la corona imperial de México, donde comenzó a reinar en 1864, aconsejó a su hija la nueva emperatriz Carlota que juzgaba de la más alta importancia que emprendiera de incógnito una serie de visitas a las cortes europeas que pudieran favorecer la empresa. La aventura mexicana, como se ha llamado por muchos, constituyó una apuesta peligrosa, con el apoyo de España y Francia, que acabó en desastre.
Quién le hubiera dicho a la pequeña princesa Carlota, que de niña era llamada por algunos de sus familiares «La Petite bonapartiste» debido a su interés por todo lo concerniente a Napoleón I, que con el tiempo su sobrino Napoleón III apoyaría la formación del Segundo Imperio Mexicano del que ella fue fugaz emperatriz. Su tío Francisco de Orléans, príncipe de Joinville, afamado vicealmirante hijo del rey Luis Felipe, se encargó de llevar los restos del Gran Corso a Francia desde Santa Elena. Por eso Carlota, de niña, no dejaba de hacerle preguntas sobre Napoleón I y sobre su hijo el duque de Reichstadt.
Cuando las cosas empezaron a ir francamente mal en el Imperio Mexicano, Carlota llegó a París para ver al emperador Napoleón III y pedirle ayuda urgente para su país de adopción. Tuvo que alojarse en el Grand Hotel parisino y, sin negar que fuera la emperatriz de México, declaró a los que la reconocieron que viajaba de riguroso incógnito y que deseaba que se le inscribiese solamente como Duquesa de Guadalupe. Evidentemente la elección de tal denominación evocaba el famoso santuario mariano mejicano. En el Primer Imperio mexicano, el emperador Agustín de Itúrbide creó la Orden Imperial de Guadalupe, que luego sería restaurada por el emperador Maximiliano en 1865 aunque también en 1853, el presidente general López de Santa Ana la concedía.
Guadalupe, por tanto, siempre presente, es el nombre de la famosa imagen de la Virgen Nuestra Señora que se venera en México, pero se extendió a la iglesia que la contenía y a la población que se desarrolló a su alrededor. Ha recibido peregrinos casi sin interrupciones desde 1531–32. Ese último año ya existía un santuario al pie del cerro del Tepeyac que duró noventa años y que todavía forma parte de la sacristía parroquial. En 1622 se erigió un rico santuario y uno aún más rico en 1709. En 1750 el santuario recibió el título de colegiado, con servicio canónico y coral establecidos, siendo agregado a San Juan de Letrán en 1754; y finalmente, en 1904 fue creada la primera basílica. La elección del «ducado» de Guadalupe por parte de la Emperatriz obedecía por tanto a razones patrióticas y, sin duda, también religiosas, con las que homenajear a México mediante esa identidad de incógnito. Pero las gestiones de Carlota en París, en Viena y en la Roma papal no resultaron fructíferas. Justamente en la Ciudad Eterna intentó lograr el apoyo del Papa Pío IX pidiéndole la formalización de un concordato para el Imperio que el Santo Padre eludió con vagas promesas. Carlota empezó a perder la razón. Pensaba que la querían envenenar y se negaba a probar bocado, bebiendo solo el agua de las fuentes públicas de Roma. Como no quería volver a su hotel, el Papa permitió por vez primera que una mujer durmiera en los apartamentos apostólicos. Su locura fue creciendo y, al ser fusilado su marido en 1867, su enajenación acabó por hacerse irrecuperable. Se le llamó por eso «la Emperatriz Loca».
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