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Ramiro Calle: «El poder lo detentan los más ciegos conduciendo a otros ciegos»

Pionero del yoga en España, ha publicado centenares de libros y más de medio millón de personas han estudiado junto al maestro. Confiesa que le debe mucho a esta disciplina que practica desde los 15 años y que los políticos españoles necesitan «humildarse»

Ramiro Calle
Ramiro Callelarazon

Pionero del yoga en España, ha publicado centenares de libros y más de medio millón de personas han estudiado junto al maestro. Confiesa que le debe mucho a esta disciplina que practica desde los 15 años y que los políticos españoles necesitan «humildarse».

Ramiro Calle (Madrid, 1943) descree del actual supermercado del yoga. Su compromiso siempre ha sido, antes que nada, con el estudio y el descubrimiento. Orientalista de prestigio, ha publicado dos centenares de libros y fue el pionero de la disciplina en España. Más de medio millón de personas han estudiado junto al maestro.

–¿Exagero si digo que a usted el yoga le rescató?

–Así es, me ayudó a recuperarme, porque yo era un adolescente muy fragmentado psíquicamente. Cuando escuché hablar del yoga a los quince años, comencé a practicarlo y se fue convirtiendo en el consuelo de mi vida. Le debo muchísimo.

–Petter Mathiessen viajó al Himalaya en busca del leopardo de las nieves para encontrar al Buda y descubrirse . ¿Es necesario ir tan lejos?

–El mejor Himalaya y cualquier templo están dentro de uno mismo. El Himalaya me apasiona, lo he recorrido en muchas ocasiones, pero la cima más alta está dentro de uno y es la de la consciencia. Buda también está dentro de nosotros cuando quitamos la ignorancia básica de la mente.

–Explíqueme, si es posible, la diferencia entre humillarse y «humildarse».

–«Humildarse» es un ejercitamiento para desarrollar un sentimiento y una actitud de humildad. La humillación es fea (por supuesto, para el que la provoca), aunque la humildad es muy hermosa.

–¿Cómo lleva el calificativo de «yogui urbanita»?

–Lo asumo, este es mi medio de trabajo, la difusión del yoga. Trato de brindar a los demás el regalo precioso que yo recibí. Lo hago a través de la rutina del hormigón, pero con la mente conectada con lo alto. El secreto es un poco estar sin estar, no dejarse condicionar demasiado por la jungla urbana.

–Todavía muchos creen que el yoga es un divertimento o, peor, algo sectario.

–Los responsables de que alguien lo pueda interpretar como sectario son los que imparten un yoga hinduizado. Pero el yoga está libre de trabas dogmáticas, es un método de autodesarrollo por completo aséptico, lo mismo para creyentes que para incrédulos, descreídos o agnósticos, igual para teístas o ateos. No es un divertimento, pero hay que evitar la solemnidad y tomarlo como una disciplina que produce contento interior.

–¿Se hace meditación para encontrar la calma o hay que buscar algo más?

–La calma es tan solo una fase. La meditación va mucho más lejos: reorganiza toda nuestra vida psíquica y desarrolla claridad y lucidez mentales, así como compasión e indulgencia.

–Cuando usted abrió su estudio era casi imposible leer nada relacionado con el yoga en España. ¿Cómo explica su éxito, esos más de 500.000 estudiantes que ha tenido?

–Por la seriedad que siempre nos hemos impuesto y por mostrar el verdadero yoga y apartarnos de los pseudoyogas o «yogas» gimnásticos. La gente que verdaderamente quiere calma practicando el yoga tiene que ir a un centro especializado y no a un gimnasio, salvo que quiera un yoga entre ruidos o una gimnasia exótica. Nunca nos hemos apartado de la línea del yoga auténtico, nunca.

– ¿Ha encontrado muchos farsantes en su campo, gente autotitulada como gurú, etcétera?

–Siempre los ha habido, no es nuevo, pero ahora mucho más con la cantidad de dinero que se mueve. Hay un gran número de caraduras, farsantes y embaucadores. Por eso se debe utilizar el discernimiento y poner a prueba al instructor o profesor. Hay que constatar un poco la trayectoria del maestro y, sobre todo, evitar a los gurús de masas, que son en su mayoría una farsa.

–¿Por qué la depresión es una enfermedad típica de países ricos?

–Porque la gente vive muy externalizada, centrifugada, extraviándose de sí misma, creyendo que con una vida fácil uno se puede llenar a sí mismo, pero si uno no se trabaja interiormente, al final vienen la ansiedad, la depresión, el cansancio psíquico. Cuando la mente no tiene dificultades reales, se buscan dificultades imaginarias. Innecesariamente añadimos sufrimiento al sufrimiento.

–A los tuiteros obsesionados con la aprobación general, ¿no les vendría bien un poco de búsqueda interior?

–Menos aprobación exterior y más aprobación interior. La búsqueda de aprobación es a menudo una gran debilidad. Hay que aprender más a considerar que a ser considerado; más a dar luz que a tratar de recibirla. El ego siempre está de por medio. ¡Qué gran farsante!

–¿Nos sobra el ego? ¿No es también necesario para sobrevivir?

–Un ego maduro, bien gestionado, cooperante. El ego nos hace muy vulnerables, susceptibles y suspicaces, inseguros y vanidosos. Se paga un alto tributo por el narcisismo, pues es una sociedad que alienta el envanecimiento, el alardear, el competir y dominar. Me pasa lo que a Hermann Hesse: no creo en ninguno de los valores que propone esta sociedad. Y, además, suelen detentar el poder los más ciegos conduciendo a otros ciegos, y en palabras de Jesús, todos al barranco.

–Usted ha publicado más de 200 libros. ¿Escribir no tiene algo de egocentrismo, de aquí estoy yo y esto es lo que opino, lo que viví, lo que creo, etc.?

–Es cierto. Todo artista es en principio egocéntrico. Hay que vigilarse mucho a uno mismo y ser como un muerto ante los elogios y los insultos. Yo trato de difundir, de ser un intermediario agnóstico impartiendo enseñanzas para el mejoramiento humano. Publiqué mi primer libro a los dieciocho años en un anhelo también de compartir y comunicarme con otros buscadores de lo incondicionado.

–Y la clase política española, ¿no cree que debería de apuntarse a clases de yoga?

–Precisamente deberían hacerlo para saber «humildarse», reconocer sus fallos, evitar la prepotencia, el ego enfermizo y desmesurado, las compulsivas tendencias de poder del yo-dominante, aprender a humanizarse y bajar del pedestal.

–¿Cuándo pasaremos de ser, como usted dice, «homoanimales» a seres humanos? ¿Lo ve posible o somos una especie sin remedio?

–Hoy por hoy, si somos francos, el ser humano es un intento fallido. Pero somos seres de aprendizaje, podemos aprender, evolucionar, irnos humanizando, llegar a tener una mente clara y un corazón tierno. Aunque no es con la mente pensante, rentabilizadora y voraz que eso puede conseguirse. De ahí no brota la sabiduría. Conocimiento no es lo mismo que sabiduría.

–¿Vivimos una suerte de tiranía de la felicidad como imperativo? ¿La tristeza no forma también parte de la vida?

–La tristeza, si no decanta en melancolía incorregible o depresión, es hermosa, inspiradora e incluso reveladora, humaniza, nos aproxima a nosotros y a las demás criaturas. La tristeza y la alegría son nubes que vienen y parten. Lo esencial es la ecuanimidad, el equilibro ante la tristeza y la alegría, el insulto y el halago, la victoria y la derrota, el éxito y el fracaso. Las lágrimas limpian el alma.

–La atención vigilante, ese conectar con el aquí y ahora en el que usted insiste, ¿es posible en este mundo tan competitivo, tan feroz e individualista?

–Tengo que decirle algo, ya que me hace esta pregunta. El denominado y conocido «mindfulness» no es absolutamente nada si uno no se entrena mediante la meditación para lograrlo y si no va siempre asociado a la ética genuina o virtud y la sabiduría o entendimiento correcto. Muy atento está un ladrón, un torturador, un verdugo. ¡Mejor entonces es no tener atención! Hay que aplicar la atención con compasión, velando por uno mismo y por los demás.

–Dígame, ¿qué es real y qué superfluo? ¿Qué deberíamos de sacudir, de desechar, a fin de liberarnos?

–Por falta de discernimiento solemos confundir lo trivial con lo esencial, lo banal con lo importante, lo superfluo con lo sustancial. ¡Y así nos suele ir! Lo más real es que la vida adquiera un sentido propio ayudando a los demás y sabiendo conciliar nuestros intereses con los de los demás. Lo que importa es lo que importa y no tantas bagatelas y a veces mezquinas preocupaciones o innecesarios disgustos. No hay nada que pague un instante de paz. Nada.