Papel
Lorenzo Caprile: «No tengo sueños eróticos a la hora de vestirme»
Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) tiene en sus manos el temperamento, el esmero y la rigurosidad de buena parte de las mujeres españolas.
Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) tiene en sus manos el temperamento, el esmero y la rigurosidad de buena parte de las mujeres españolas.
Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) tiene en sus manos el temperamento, el esmero y la rigurosidad de buena parte de las mujeres españolas. En sus vestidos palpa, escarba, se convierte en reflejo: es un zoco de ideas para momentos poco renovadores en la industria de la moda. Reivindica el deseo femenino y también sus viejos iconos. Diseña con memoria de la que atraviesa, de la que consagra los días de esas clientes que se visten a sus anchas. Su código de la elegancia y del buen gusto es el sentido común. Y precisamente por ello se mantiene fiel a sus creencias y no tanto a las pasarelas. Sus 25 años al frente de su taller en el barrio de Salamanca y su medalla al Mérito en las Bellas Artes lo corroboran. Sabe que mantener esos principios es un acto casi de inmolación, pero se arriesga si con eso los conserva intactos. También, que los encargos de la infanta Cristina o de la reina Letizia le pusieron en el foco de una vaporosa fama que hoy pasea con salero, pero con la tranquilidad de haber ahuyentado toda la sordidez que eso supone. Él es él y sus vestidos. No hay más. Por eso en cada uno de ellos respira, ejercita y piensa con la pasión propia de los clásicos. Es evidente que Caprile es un modista de gestación sosegada, sin chirridos «millennials» ni tentaciones efímeras. Es más de estudio y vocación que de maquillaje y «selfie», y eso se nota cuando se enfrenta con devoción cada día a su costurero.
Parece complicado, pero ¿cuándo va a levantar cabeza la moda de autor?
No creo que eso vaya a pasar. La moda de autor es una cosa del siglo XX y su problema es que necesita un colchón económico y financiero inmenso. Eso hoy es muy difícil de conseguir. Por eso, lo que tenemos son grandes marcas que están en manos de conglomerados empresariales y directores artísticos que un día están aquí y otro día están allá. Los últimos que han conseguido crear un distintivo global con su nombre han sido Domenico Dolce y Stefano Gabbana, que no dejan de ser un fenómeno de los 90. Todo lo que ha venido después está asociado a un grupo textil.
Le han preguntado mucho por sus conversaciones con Amancio Ortega. ¿Alguna vez ha imaginado cómo sería una colección suya para Zara?
Por supuesto, pero hoy ya no tendría sentido hacerla. Quizá hace unos años sí. La oferta es muy grande y el comercio online ha roto todas las barreras. Cualquiera de los que nos dedicamos a esto hemos soñado con colaborar con alguno de los gigantes de la moda «low cost». Quien no lo haya hecho, miente descaradamente. No obstante, estas colaboraciones se terminaron hace tiempo. Esta industria es de las más duras y de las más ingratas que existen. Con lo cual, claro que tienes tus fantasías.
¿Tiene alguna con algún diseñador
o marca?
Sinceramente, no. Yo soy muy pachorro vistiendo. No tengo ningún sueño erótico en ese sentido. Es cierto que hay marcas que me gustan y que voy de rebajas cuando tengo tiempo, pero poco más. No soy nada mitómano ni fetichista.
Pensaba que el rojo era su talismán. Los vestidos de Anne Igartiburu y la reina Letizia (de este color) han marcado un antes y un después en carrera.
Es un color muy bonito y que, en general, favorece a (casi) todas las mujeres. Es universal. El resto tiene sus luces y sus sombras, pero el rojo favorece a la gran mayoría.
¿El blanco, en cambio, es un buen color para casarse?
Para nada. Me resulta muy curioso que un color tan complicado se destine al traje del día «más importante en la vida de una mujer». Lo digo entre comillas porque con todo el nuevo feminismo de ahora me pueden callar rápido. Es difícil porque refleja muchísimo la luz y necesitas tener un color de piel muy intenso. Para que te hagas una idea, hoy vemos a muy pocas personas vestidas de blanco por la calle.
¿Cómo ve a la española media?
Hablar de la española, la francesa o la italiana está desfasadísimo. Ahora distinguimos distintas tribus: la de Occidente, la del mundo musulmán, la de Oriente Próximo... Así, hay chicas más burguesas, más «fashion», más pasotas, más «hipster»... Hoy, todos vestimos igual de mal en una sociedad muy global, con todo lo bueno y todo lo malo que tiene.
¿El hombre ha cambiado menos?
El movimiento gay ha mejorado muchísimo la imagen del hombre español. La imagen del homosexual cosmopolita y refinado es una fantasía, pero la realidad no es así. No obstante, ha servido de motor para que el hombre se cuide más.
¿Sigue habiendo una moda gay y una moda hetero?
No, eso se ha perdido ya.
Eso quiere decir que nos acercamos a una moda unisex.
Esa es la genialidad del trabajo de mi compañero Palomo Spain, que ha sabido reconocer esta vía. Su propuesta es muy radical, muy arriesgada, muy dramática... pero es algo que esta ahí y vamos hacia ello.
¿Tiene algo que ver con la igualdad?
No, son fenómenos paralelos. Es una cuestión de comodidad y practicidad. Cada vez, tenemos menos tiempo y menos ganas de cuidar nuestros objetos personales. Queremos todo fácil, que se pueda lavar rápido, que nos quepa en una maleta y no pese, que no se arrugue... Por ello, tanto para el hombre como para la mujer, la ropa es muy similar. Sobre todo, durante los meses de frío: un vaquero y un jersey de chica son extrapolables a un hombre y viceversa.
Cierto, pero luego hay prendas como los «shorts» que escandalizan y enamoran a partes iguales.
Siempre han estado de moda. Recuerdo cuando era jovencito y llevábamos el polo verde y las bermudas naranja. Lo único que ha cambiado, como en el caso de las zapatillas de deporte, es que antes nos cortábamos en su uso. Nadie se le ocurría ir al trabajo o a un museo con ellos, pero las cosas han cambiado.
¿Qué nota le daría al estilo de los políticos españoles?
Visten correctos, aunque a ellas las veo más débiles y desprotegidas. El hombre se escuda en su traje gris y no da ningún tipo de información. Sin embargo, me choca que, en España, con tanta igualdad, las mujeres políticas se hayan convertido en esclavas de la moda. En ese sentido, siempre destaco a Angela Merkel: ha adoptado un uniforme que es la imitación en femenino de lo que visten los hombres y le va fenomenal.
No le voy a preguntar sobre si es «team» Letizia o «team» Sofia. Pero, ¿qué tiene una que no tenga la otra?
En esos temas prefiero no entrar porque luego me llevo muchos zascas.
¿Cómo sería usted si fuese un «influencer»?
Yo no tengo redes sociales personales, pero esto es un fenómeno que ha existido siempre. Antes era mucho más reducido y se comunicaba de otra manera. Grace Kelly era una «influencer», por ejemplo. En España, Isabel Preysler se ponía una camiseta en su posado de verano y se agotaba en 24 horas. La diferencia es que ahora se hace todo esto sin intermediarios y llegan con mas rapidez que si salía su foto en la revista «¡Hola!» o en un programa de cotilleo.
Durante su etapa en el programa de televisión «Maestros de la costura» dijo que los mayores errores de su carrera habían sido por culpa de su ego.
El ego es un animal muy poderoso. Esto ocurre en cualquier profesión, pero en especial en la moda, en el cine o en la televisión. El buen ego te permite defender tu territorio, el malo te lleva al desastre.
¿Qué sería Lorenzo Caprile si en España la gente dejara de casarse?
Cerraría el taller: yo y todos lo que se dedican a la modistería tradicional.
¿Qué lleva en la maleta?
«Muy poquita ropa y muchos trastos: libros, recortes y cuadernos. Son mis “chuchis”, es decir, todo aquellos que nunca me da tiempo a hacer y leer. Me los llevo por si acaso, la verdad, pero la mayor parte del tiempo se quedan en la maleta. Los libros no, eso sí que los aprovecho».
✕
Accede a tu cuenta para comentar