Papel
La fábrica de inventos
Señalado de «deficiente» por sus maestros durante la etapa escolar, Edison terminó demostrando al mundo con sus 1.093 patentes que más bien era todo lo contrario
Señalado de «deficiente» por sus maestros durante la etapa escolar, Edison terminó demostrando al mundo con sus 1.093 patentes que más bien era todo lo contrario
Un hombre sordo que pasó a la historia por inventar el fonógrafo y cambiar para siempre el modo en el que sus congéneres escuchan música. Una persona que padecía insomnio e iluminó los sueños y las noches de la humanidad con su invención de la bombilla de filamento incandescente. Un inventor solitario y compulsivo que diseñó un sistema de producción de inventos por el que, precisamente, se enterró de manera definitiva la tradicional labor solitaria y compulsiva de los inventores.
La vida de Thomas Alva Edison es una recopilación de paradojas, una sucesión de aparentes incongruencias que sólo puede ser posible en la biografía de un genio libre y de autoestima inconmensurable. De un autodidacta, carente de educación superior, educado por su propia madre y criado entre vagones de tren, cables de telegrafía y grandes dosis de trabajo. Su invento preferido fue el fonógrafo. El más transcendente, quizás, la bombilla. Pero su gran aportación fue, sin duda, destacar en un mundo en el que todavía uno se podía ganar la vida inventando cosas. Edison registró, nada más y nada menos, que 1.093 patentes a su nombre, desde una máquina para contar votos hasta las bases del alumbrado público moderno. Precisamente, la que más orgulloso le hizo sentirse, la del «Phonographic Apparatus», fue registrada en la Oficina de Patentes de Estados Unidos con el número 1036470 tal día como ayer de 1912.
No es difícil encontrar, durante los primeros quince años de vida de Edison un buen puñado de factores que debieron influir de manera determinante en el desarrollo de aquella personalidad joven y compleja. Durante su primera etapa escolar recibió numerosas quejas por parte de sus maestros, que llegaron a pensar que se trataba de un niño deficiente. Aquellos impulsaran a su madre a ahorrarle cualquier preocupación en las aulas y a educarle en casa. Además, su quebradiza salud le hacía pasar largas temporadas encerrado, con lo que su pasión por la lectura y por la observación atenta de la realidad circundante se acrecentó. «Nunca tuvo adolescencia, ni jugó con nada hasta que tuvo edad para utilizar una máquina de vapor», según llegó a declarar su padre
En 1876, sin embargo, aquel chico raro abrió el que iba a ser su laboratorio más fértil en Menlo Park. Este lugar pasaría a la historia como «la fábrica de inventos», ya que en él no sólo cobraron cuerpo la mayor parte de las innovaciones edinsonianas, sino que el avispado emprendedor diseñó un sistema de producción con empleados especializados y protocolos concretos para fomentar la creatividad y el desarrollo de patentes. Edison ya no era un inventor alocado y pionero: se había convertido en un inventor profesional.
Thomas Alva Edison murió millonario, famoso y pensando en su patente 1.094 en 1931 con la satisfacción de haber visto cómo el conocimiento de las máquinas había revolucionado la historia de la civilización.
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