Papel
Trasplantes sin límite
Sin dar protagonismo a ningún nombre concreto, hace casi medio siglo se dio el pistoletazo de salida a las intervenciones que cambiaron la medicina, una vez más
Sin dar protagonismo a ningún nombre concreto, hace casi medio siglo se dio el pistoletazo de salida a las intervenciones que cambiaron la medicina, una vez más
Otros capítulos de esta serie los he dedicado a un nombre, a un médico pionero, a una investigadora única, a alguien que con su valor, su ingenio, su suerte, su tenacidad logró marcar un hito en la ciencia moderna occidental. Pero es obvio que la ciencia no es una cuestión de nombres. En realidad, puede que no haya disciplina humana más contraria al medallero, a la nómina de héroes, al salón de la fama. El avance del conocimiento científico es un empeño comunitario como ningún otro. La ciencia es una aventura colectiva, y si con tanta frecuencia nos empeñamos en buscar héroes individuales, personajes totémicos que jalonen el devenir de la historia del conocimiento humano es, simplemente, por ese afán mitómano que nos une a todos los miembros de la especie Homo sapiens.
En el mundo de la ciencia existe una expresión que ilustra como ninguna esa cualidad colectiva del avance científico: «A hombros de gigantes». La frase suele atribuirse, erróneamente, a Isaac Newton aunque él no es su autor. Pero viene al pelo para entender cómo funciona el avance del conocimiento. Nada puede hacerse sin encaramarse a los hombros de los gigantes que nos preceden para poder contemplar más allá de nuestros contemporáneos.
Esta cualidad de la ciencia queda especialmente de manifiesto en la medicina. Y, en concreto, en el mundo de los trasplantes. En la historia de esta cuasi milagrosa especialidad, la que permite devolver la vida a un órgano de un humano en el cuerpo de otro, prima el afán colectivo sobre el individual, las asociaciones prodigiosas de nombres y equipos, el trabajo en red. Puede que no haya acto médico que requiera más coordinación, más empuje de almas distintas en lo profesional, más convergencia de disciplinas, de infraestructuras, de técnicas, que un trasplante de órganos. Por eso, la historia de este milagro clínico está escrita con muchos nombres.
Por eso, quizás, a uno no le pide el cuerpo escoger la peripecia de una sola personalidad para ilustrarla. Pero si hubiera que hacerlo, vendría bien volver la vista a aquel 31 de agosto de 1968 y al trabajo del equipo de Michael E. DeBacley, cirujano de Houston que ese día pasó a la historia por realizar el primer transplante simultáneo multiorgánico. Extrajeron del cadáver de una joven de 20 años muerta en un tiroteo dos riñones, un pulmón y el corazón y lo pudieron transferir con éxito a cuatro pacientes diferentes. Salvaron cuatro vidas de golpe. La operación comenzó sólo ocho horas después de la muerte de la donante y requirió el trabajo de 60 especialistas en cinco equipos distintos. DeBacley cuenta en los anales como un innovador incansable en el ámbito de la cirugía cardiaca de los años 60 y 70. Pero ese agosto impulsó a miles de médicos venideros a pensar que la magia de los transplantes tiene pocos límites.
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