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Un alemán en el infierno de Stalingrado

«Hoy tengo carta de Elsa. Todos nos esperan en casa para Navidad. En Alemania creen que aún mantenemos Stalingrado. Qué equivocados están...»

Marcha de prisioneros alemanes hacia centros de internamiento soviéticos. © waralbum.ru
Marcha de prisioneros alemanes hacia centros de internamiento soviéticos. © waralbum.rularazon

«Hoy tengo carta de Elsa. Todos nos esperan en casa para Navidad. En Alemania creen que aún mantenemos Stalingrado. Qué equivocados están...»

Estas fatalistas palabras fueron anotadas el 10 de noviembre de 1942 por Wilhelm Hoffman, soldado alemán cuyo honesto y crudo diario es una extraordinaria fuente para el estudio de la evolución anímica de los individuos que integraban las filas del Sexto Ejército.

Lejos quedaba ya el optimismo inicial que, apenas cuatro meses atrás, le llevara a escribir: «El jefe de la compañía dice que las tropas rusas están completamente rotas y que no pueden resistir por más tiempo. Alcanzar el Volga y tomar Stalingrado será pan comido. [...] ¿Volveré con Esla sin una medalla? Creo que por Stalingrado el Führer me condecorará una hasta a mi».

A comienzos de septiembre su división será enviada contra Stalingrado sur, en cuyos suburbios comenzará a atisbar la traumática experiencia a la que habría de enfrentarse: «Hay disparos todo el tiempo. Mires donde mires todo está ardiendo [...] Los cañones y las ametralladoras rusas están disparando desde la ciudad en llamas. Fanáticos...». La unidad de Hoffman proseguirá su marcha hasta el silo de grano, donde a mediados de septiembre tendrán lugar los combates más encarnizados librados hasta la fecha: «El elevador [del silo] no está ocupado por hombres sino por demonios a los que ni las llamas ni las balas pueden destruir [...] Si todos los edificios de Stalingrado son defendidos como este ninguno de nuestros soldados regresará a Alemania».

La realidad de la batalla hará mella en el ánimo de Hoffman, aunque todavía conserva un atisbo de su optimismo inicial: «Stalingrado es un infierno. Aquellos que solo resultan heridos son afortunados; sin duda estarán en sus hogares para celebrar la victoria con sus familiares». En octubre su regimiento es trasladado al distrito obrero Barrikadi, donde los combates se recrudecen. El día 5 escribe: «Nuestro batallón ha sido lanzado al ataque cuatro veces, pero hemos sido rechazados en cada ocasión. Los francotiradores rusos disparan a cualquiera que descuidadamente se asome por detrás del refugio».

Tras quince días de lucha sin cuartel, el 22 de octubre parece haber perdido cualquier ápice de esperanza: «Nuestro regimiento ha sido incapaz de penetrar en la fábrica. Hemos perdido muchos hombres; cada vez que caminas tienes que saltar sobre cadáveres. Apenas puedes respirar durante el día: no hay nadie ni a dónde llevar los cuerpos, que son dejados para que se pudran. ¿Quién hubiera pensado hace tres meses que en lugar del regocijo de la victoria tendríamos que soportar tanta tortura y sacrificio, cuyo fin no está a la vista? [...] Los soldados llaman a Stalingrado la tumba de la Wehrmacht».

A pesar de la captura final de Barrikadi, la situación de las tropas alemanas se deteriorará rápidamente a lo largo de noviembre y especialmente de diciembre, una vez la ciudad ha quedado cercada: «Tres son las preguntas que obsesionan a todo soldado y oficial: ¿Cuándo pararán de disparar los rusos y nos dejarán dormir en paz, aunque solo sea por una noche? ¿Cómo y con qué vamos a llenar nuestros estómagos vacíos, ya que, aparte de 100 o 200 g de pan, no recibimos nada? ¿Y cuándo tomará Hitler medidas decisivas para liberar a nuestros ejércitos del cerco?»

Wilhelm Hoffman no sobrevivirá a Stalingrado. La última entrada de su diario, del 26 de diciembre de 1942, presagia el terrible destino que le esperaba a él y a muchos de sus camaradas: «Los soldados parecen cadáveres, o lunáticos buscando algo que echarse a la boca. Ya ni siquiera buscan cobertura de los obuses rusos; no tienen fuerzas para caminar, escapar y esconderse. ¡Maldita sea esta guerra!»

«Stalingrado (II) ¡Ni un paso atrás en el Volga!»

Desperta Ferro Contemporánea n.º 7

68pp.

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La peor de las criaturas de Dios

Es así como denomina en el siglo XII el sevillano Ibn Abdún, en su «Tratado»–un opúsculo dedicado a dar recomendaciones de buen gobierno en la capital del Guadalquivir– a los recaudadores de la alcabala, el impuesto con que gravaba las diferentes transacciones comerciales en el zoco. El cargo se adquiría mediante contrata, al mejor postor, por lo que estaba casi asegurado el uso y abuso de los derechos de cobro. Ibn Abdún continúa: «es una especie de moscardón, creado para hacer daño y para no dar ningún provecho. Se afana y se esfuerza en perjudicar continuamente a los ciudadanos... maldito de Dios». El sevillano recomienda establecer unos tipos fijos de tributación, un estricto control de los pesos y, principalmente, definir lo que debe estar sujeto a tributación y lo que no, sin dejar al albur del alcabalero y el visir (alto cargo administrativo) lo que les parezca en su momento. Ibn Abdún apela al caíd (el juez) para que sea testigo y depositario de una copia de las tarifas establecidas por el alcabalero y que, por tanto, no puedan ser sujetas a manipulación. Ignoramos si las autoridades almorávides, que entonces gobernaban la ciudad, tuvieron en consideración los consejos dictados por nuestro sevillano.