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Voluntarios catalanes en la Guerra de África

La enorme popularidad de aquella contienda (1859-1860) en toda España impulsó la formación de unidades voluntarias en Cataluña y en el País Vasco.

«La batalla de Tetuán», de Mariano Fortuny
«La batalla de Tetuán», de Mariano Fortunylarazon

La enorme popularidad de aquella contienda (1859-1860) en toda España impulsó la formación de unidades voluntarias en Cataluña y en el País Vasco.

Los Voluntarios Catalanes fueron recibidos en el campamento de O’Donnell con gran curiosidad y expectación. Prim, al que le «era muy difícil disimular el gozo que sentía por la llegada de sus paisanos», los apadrinó desde un principio y ante las evidentes deficiencias en la instrucción de la tropa –apenas había tenido tiempo de realizar ejercicios–, espetó que «mañana la completarían», aludiendo a la batalla prevista para el día siguiente frente a Tetuán; una fanfarronada que causó gran sensación, pero que se pagaría en sangre.

Al amanecer del 4 de febrero de 1860, cuando los soldados salieron tiritando de sus tiendas vieron que las cumbres del Atlas estaban cubiertas de nieve. Una fina lluvia, que calaba los ponchos, acabó de ensombrecer el horizonte para los muchos que no habrían podido conciliar el sueño, entre las bajas temperaturas y la aprensión por la batalla que se avecinaba. Por fin, a las 8.30, el arcoíris anunció el sol, y las tropas se apresuraron a ocupar sus puestos en formación. Como nos cuenta Julio Albi en su libro «¡Españoles, a Marruecos! La Guerra de África 1859-1860», el ejército avanzó sobre el enemigo con solemnidad, en silencio, en una formación tan perfecta como si se tratara de una parada. Las banderas desplegadas, las músicas de los regimientos y las charangas de los batallones acentuaban esa impresión, subrayada por el brillo de bayonetas, sables y cascos, y los ondeantes gallardetes de los lanceros. Las barretinas de los catalanes daban una mancha de color entre los imperiales negros de los roses.

En el sector de Prim, los soldados han de vadear un cenagal en el que se hunden hasta las rodillas, ofreciendo un fácil blanco a los marroquíes y a sus cañones, que «hicieron a quemarropa dos o tres disparos de metralla sobre los Voluntarios Catalanes»; «varios, que iban cargando a la bayoneta, permanecieron algunos instantes de pie y como clavados en el fango, después de haber recibido balazos en el pecho y aun en la cabeza que eran mortales de necesidad». Los Voluntarios Catalanes «no supieron reaccionar hasta que Prim, que estaba en la retaguardia, se puso al frente y les animó a continuar avanzando». Las cantineras del batallón «tuvieron que reclamar ajeno auxilio» para poder salir del barrizal. En realidad, todos los que se encontraron en la angustiosa situación necesitaron «ajeno auxilio», a la vez que lo prestaban a otros. Fue un sálvese el que pueda, pero para atacar, no para retroceder. Lanzar a bisoños a aquel infierno, hacerles soportar en formación cerrada fuego de artillería, para luego entrar en una ciénaga y a continuación asaltar un campo atrincherado, es algo que desafía toda lógica, excepto la política. Todo indica que, en efecto, no se dio cuartel, lo que nada tiene que extrañar en el curso de un asalto, cuando los atacantes, tras haber sufrido al descubierto el fuego enemigo, pueden por fin tomarse cumplida venganza. Prim era la viva imagen de la tensión por la que todos habían pasado: «su semblante está verde, los labios apretados por nerviosa contracción; la placa de Carlos III estaba rota; el sable lo tenía torcido, y secó en la mantilla del caballo la sangre que empapaba la hoja»; su montura estaba herida. Los Voluntarios Catalanes pagaron cara la temeridad de Prim con la muerte de su comandante, de un teniente y de catorce hombres, y quedaron heridos otros ochenta. Cuando por fin pudo realizarse la evacuación, muchos de ellos fueron embarcados en el vapor Barcelona, que transportaba ciento noventa heridos. Veinte de los voluntarios, además, estaban afectados por el cólera. De ellos, seis fallecieron durante la travesía, pagando la clásica contribución de los recién llegados. Fue el suyo un trágico destino, a los cinco días de haber pisado África.

Para saber más

«¡Españoles, a Marruecos! La Guerra de África 1859-1860»

Julio Albi de la Cuesta

Desperta Ferro Ediciones

424 págs.

24,95€