Andalucía
Anonadante Rocío
Va ya para tres lustros que este servidor les castiga más o menos por estas fechas, dependiendo del calendario festivalero, con un artículo estupefacto ante la enorme, y siempre creciente, repercusión de la romería del Rocío. Sería pretencioso entender lo que el mismísimo Chaves Nogales dejó incomprendido en la serie de reportajes que hizo al respecto antes de la Guerra Civil, compendiados por la profesora Cintas Guillén en el volumen «Andalucía Roja y la Blanca Paloma», así que no cabe sino, otro año más, dejar constancia de la sorpresa. Quizá jamás se haya alcanzado la tópica cantidad del millón de devotos –igual que el millón de muertos de Gironella no fueron en realidad ni la cuarta parte– en la aldea el Lunes de Pentecostés, pero nadie duda de que éstos se juntan por centenares de miles y semejante multitud no puede deberse sólo a la devoción o a las ganas de farra, ni siquiera a la suma de ambos factores. Los antropólogos lo explican agitando el tópico del carácter gregario de los meridionales y hay quien recuerda, con una visión más historicista, que ese punto concreto de la Península Ibérica atrae a practicantes de diversas liturgias –ritos mágicos o misas católicas, tanto da– desde los tiempos inciertos de Tartessos. Chi lo sa. El caso es que las autoridades se ven obligadas a implementar siete semanas después de cada Pascua un plan logístico que habría hecho las envidias de Napoleón en la campaña de Rusia. Con la dificultad añadida de que la invasión es anfibia, ya que un importante contingente alcanza el objetivo tras navegar por la barra de Sanlúcar. Si los andaluces lo hiciésemos todo con la precisión del peregrinaje al Rocío, esta tierra sería en verdad la California de Europa. Pero en cuanto el simpecado vuelve a la capilla, nos desorganizamos de nuevo.
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