Cádiz
Caja y bombo sin reciprocidad
Se conversa como cada año por estas fechas, un poco más si cabe, sobre los límites de la libertad de expresión en las coplas de las chirigotas de Cádiz y esa gatera del «animus iocandi» por la que se cuelan todos los faltones del reino. Un electo madrileño pasó por ahí, y un magistrado se lo permitió, su inenarrable «Irene Villa va a buscar repuestos al cementerio de las niñas de Alcásser», amén de otros presumibles chistes viejos plagiados con evidente falta de ingenio, de carácter racista y apólogos del genocidio. Total, que la Justicia española demuestra amplias tragaderas y por eso extraña la amenaza de querella por una broma carnavalesca a Andrea Janeiro, la hija de Jesulín de Ubrique y Belén Esteban. Que podrá ser de mal gusto (la agrupación en cuestión se llama «Una corrida en tu cara», he ahí el barómetro de su sutileza, y el cénit de su polisemia humorística es disfrazarse de torero) pero no perseguible legalmente, igual que no se lleva a los tribunales al cafre que eructa sonoramente y con efluvios choriceros en un ascensor, por maleducado y acreedor de un guantazo que nos parezca. No resulta afortunada la broma, a priori, de llamar fea a una adolescente ante un teatro repleto y con televisión en directo; y aunque tampoco merezca el autor ser empapelado por ello, sí deberían ser los carnavaleros un poco más comprensivos con quienes son zaheridos por sus pamplinas, pues así y no de otra forma deben calificarse sus ripios con pretensión artística. Porque el cuentito cansino de la»cuna de la libertad» se lo aplican como el ancho del embudo: la tienen ellos para reírse del sursuncorda pero no toleran que se los tilde de catetos con ínfulas. Dicho sea con la guasa propia de la fiesta. O sea, que son unos catetos con ínfulas taratá tachín.
✕
Accede a tu cuenta para comentar