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Camba y el espectáculo parlamentario

Renacimiento edita las crónicas publicadas por el periodista entre. 1907 y 1909 durante el segundo Gobierno de Maura

El periodista gallego Julio Camba
El periodista gallego Julio Cambalarazon

En tiempos de escaños y cámaras, altas, bajas, autonómicas e incluso supremas, aparece en la editorial Renacimiento las «Crónicas Parlamentarias» que Julio Camba publicó durante los años 1907 y 1909. Se trata de un interesante documento que rescata la excelente escritura del periodista gallego, quien se adentra en el denominado «Gobierno largo de Maura». Una época excepcional de la política española en la que ya se observa que los males de este país no tienen una edad corta, sino que vienen de largo. El panorama que se encuentra el redactor de «España Nueva» es desolador con unas cortes dominadas por una serie de intereses que se posicionan por encima de las necesidades y objetivos de la nación. Nada nuevo bajo el sol patrio: arengas, gritos, somnolencia, ausencias. Un gran circo de señores engolados que sacan la cabeza para pasar las horas dentro de la «gandulería patriotera», como la califica el propio Nicolás Salmerón.

No es extraño que titule su sección «Diario de un escéptico», pues desde el primer momento se muestra distante y asombrado ante el espectáculo que se desarrolla en las sesiones plenarias. Escribe David Gistau en el prólogo que Camba se muestra como «un hombre desubicado, recién llegado, que todo lo observa por primera vez». No es de extrañar que gran parte de su interés se centre en lo accesorio, lo decorativo, en el continente más que en la esencia de lo que se cuece en la cámara. Un medio ambiente que le afecta, que impide comprender que lo que sucede ante sus ojos no sea más que un efecto de salón, una suerte de escenificación que pasa de eso, de un juego impráctico. Escribe a propósito de los gritos y la afectación de uno de los diputados. «En el Congreso, el tiempo es una cosa abundante, que siempre sobra y que nunca se sabe en qué emplear...». El universo al que llega para contar la política, es resultado de un agitado siglo XIX de pronunciamientos, muertes, gobiernos fallidos y connivencia caciquil. En realidad, no ha terminado todavía, lo hará cuando acabe la II República. Esta tesis, que enlaza con la famosa del corto siglo XX de Eric Hobsbawm (1914-1991), rompe los esquemas de un tiempo estanco y recién estrenado. Nada de eso, se observa claramente que el sistema de liberales y conservadores utilizados durante el «turnismo» para sostener a la monarquía alfonsina hace aguas y cae lentamente. «El señor Dato, que a las dos menos cuarto era un simple particular, a las dos y media ya había sido elegido presidente interino del Cogreso».

Escribe con escepticismo pero con humor, lo utiliza como un cuchillo caliente que entra en una realidad blanda y dúctil. Eso le sirve para salvarse, y de paso al lector, de las tediosas sesiones y de esa atmósfera pesada que respira en el hemiciclo. Sobre el voto de los muertos, tan habituales en los procesos electorales fraudulentos no tiene dudas: «Un muerto que se levanta de su tumba en el amanecer de un día de elecciones y que se dirige al colegio para inscribir su nombre en una papeleta, realiza un acto ejemplar y les da a todos una lección de civismo». Caricaturiza a los políticos y a sus evoluciones en las tribunas, logrando que sean humanos, que bajen a la realidad. Habla de personalidades que hoy miran a los españoles desde las placas de las calles y plazas envueltos en el anonimato y el olvido: Dato, Canalejas, Maura, Figueroa. También aparece el retrato que el periodista realiza de Galdós y Azorín, a los que trata en el quehacer parlamentario.

Junto a las crónicas de la «España Nueva» se han recogido una serie de artículos también de 1907 y 1909 publicados en «El Mundo» su siguiente destino periodístico, bajo el epígrafe «Palabras de un mundano». Además, aparece uno editado en «El Intransigente», editado por Alejandro Lerroux, titulado «La Machicha» y «El nuevo parlamento», ya como corresponsal de «La Correspondencia de España» desde Constantinopla. El volumen se complementa con otras dos piezas de Cristóbal de Castro que aportan una idea cercana la figura del periodista. Se trata de un Camba muy joven, de 23 años, que aún no es el cronista de fama y amplio recorrido que vemos por ejemplo en «La ciudad automática». Otro libro referencial de cómo hay que estar, ver y escribir en el mundo.