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Andalucía

Con diplomacia

El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell / Foto: Efe
El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell / Foto: Efelarazon

Desde la coincidencia de ambos imperios (caducados) en la UE, el jefe de la diplomacia española dejó de ser conocido por el Ministro del Asunto Exterior, tal ha sido históricamente la obsesión de los diversos gobiernos con la restauración de la soberanía nacional en Gibraltar. Nadie sabe hoy cuál será el estrambote del sainete del Brexit, esa historia de cutrerío e imprevisión con la el Reino Unido ha devenido en República Bananera, pero el miembro más normalito del estrafalario Gobierno de Sánchez, por si acaso, ha tomado la iniciativa con el fomento de la primera negociación seria desde 1713, cuando se firmó el Tratado de Utrecht. Aplastado como se halla por las miserias de la política catalana, casi nos habíamos olvidado de Josep (antes Pepe) Borrell, un canciller que mejora sustancialmente a antecesores tan calamitosos, cada cual en su extremo, como el entreguista Moratinos o el bravucón Margallo. Y ayer mismo, sin embargo, firmó el acuerdo que permitirá comenzar a drenar la enorme bolsa de fraude para la Hacienda española que es la economía llanita. Por emplear una expresión «so english», nadie está en condiciones de afirmar que estamos ante el «principio del fin» del filibusterismo de las empresas piratas del Peñón pero sí puede tratarse del «fin del principio». Sin perder de vista que el sustento de miles –entre los ocho y los quince, según las fuentes– de trabajadores de la comarca está al otro lado de la frontera, es imperioso encontrar cierto equilibrio entre el realismo más descarnado y la observancia de la normativa fiscal. El honor de la patria no se defiende tanto colocando una bandera en la punta de un pedrusco como forzando al vecino, mucho más cuando es tendente a la gamberrada, a adoptar una legislación común en materias más primordiales.