Literatura

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Cuando la poesía no es suficiente

Nuevos textos actualizan «Lenguaje tachado», la obra en prosa de Manuel Ruiz Amezcua

Ruiz Amezcua posa con un ejemplar de su libro para LA RAZÓN, en Madrid
Ruiz Amezcua posa con un ejemplar de su libro para LA RAZÓN, en Madridlarazon

Nuevos textos actualizan «Lenguaje tachado», la obra en prosa de Manuel Ruiz Amezcua.

Mañana se presenta en la Biblioteca Nacional la obra en prosa de un poeta directo, sencillo, penetrante, sin alharacas, que escribe con la solidez de la verdad y la existencia. Se llama Manuel Ruiz Amezcua, nació en 1952 en un pueblo de Jaén llamado Jódar donde asistió en primera persona a la dolorosa vida amordazada de los vencidos bajo la injusticia de los poderosos. Aquella experiencia le sirvió para alcanzar una actitud, primero moral y humana hacia los demás, y luego estética ante la creación literaria. Quizás por eso la reunión de su obra poética se llama «Del lado de la vida» (Galaxia de Gutenberg), porque pese a sufrir el ostracismo al que condena el tomar el carril que uno mismo se crea, nunca ha pretendido permanecer intacto e inalterable sin mezclarse con todo lo que respira, siente, sueña o vive.

En la misma editorial acaba de publicar «Lenguaje tachado», bajo cuyo título se puede encontrar la mayoría de los textos que a lo largo de su vida ha ido acumulando en una sedimentación fragmentaria, diversa e incluso controvertida, porque él insiste en que se trata de una obra dominada por «una idea y la contraria». A veces, la contradicción es la mejor manera para continuar buscando respuestas, y puede que a Ruiz Amezcua le haya venido bien este axioma porque este volumen, cuya primera selección salió en 2007, pero que sigue creciendo ya que el autor cuenta con textos que incluirá en la próxima edición; recoge una singular colección que abarca artículos sobre el concepto de tradición, las coplas picarescas, estudios críticos sobre las obras de Cervantes, Lorca o Miguel Hernández, así como prosas impresionistas, satíricas, presentaciones de libros... Prosa variada y variable en la que palpitan muchas de las características esenciales de su poesía, que no pierde nunca el perfil de los vencidos ni el contacto con el paisaje de su tierra natal. Tampoco puede describirse como una colección de textos eruditos y oscuros, pues gobiernan la claridad y la coherencia siempre alejadas de los altos vuelos de la falsa erudición.

«Es un libro muy variado que parte de la crítica literaria pero no es ése el objetivo final, sino uno de los medios, por lo que cuenta con muchas trayectorias», explica Ruiz Amezcua al confesar que también le permite romper los géneros tradicionales al utilizar el ensayo en memorias o poemas en intervenciones públicas. Varios de los textos que aparecen en la selección ahondan en «El Quijote» y en la vida de Miguel de Cervantes, de manera que su lectura en este 2016 de celebración puede convertirse en oportuna. Sobre todo porque sintetiza además una de las ideas fuerza que articulan «Lenguaje tachado», la trasgresión, por el juego que se da entre lo culto y lo popular en la obra cervantina. Olvidos y olvidados, pues «fue un escritor en su época al que le hicieron poco caso, hasta que no publicó ‘El Quijote’ se mantuvo en la zona de sombra toda su vida», matiza y recuerda que sólo los que arriesgan se quedan sin la bendición de los poderosos mientras cita a Camus cuando éste decía que «todo pensamiento que se precie tiene que enfrentarse a su tiempo».

Así estuvo Cervantes y también el propio autor, porque nunca ha dejado de combatir ni al poder ni a los palmeros de los poderosos. Ruiz Amezcua no se amilana al criticar abiertamente a los cenáculos intelectuales que bailan al son del poder mientras defienden la libertad literaria de su creación. Alejado de las modas, los premios y el brillo de los focos, ha sabido contar con el reconocimiento de una minoría selecta entre la que se encontraba Fernando Fernán Gómez, quien no era sospechoso de amiguismo ni de acercar la sardina al ascua más caliente. También lo hicieron en la misma línea del elogio Cela, Saramago, Muñoz Molina o el portugués Antonio Lobo Antunes.

Al leer esta selección de textos, una de los aspectos que llama la atención es la capacidad con la que se casan los temas universales con lo local, lo cercano; sin dejar de perder jamás esa unión con la tierra que el propio habla del autor mantiene. A ello remite, quizás una de las partes más cercanas y sobrecogedoras, aquellos escritos donde narra las vivencias infantiles en su pueblo. Se acaricia la cal de las casas, se oye en sus frases el ruido de los árboles que el niño descubre en su primera escapada solitaria al campo, el miedo a la autoridad o la desazón constante de los que nunca pintaron nada. Hay ternura en sus palabras, ni un trazo brusco o violento, pero sí es cierto que hay una tensión contenida, atravesada durante años, de la que no se ha podido zafar. Una «weltanschauung», cosmovisión, que se abre y se cierra como un abanico durante ocho capítulos. «He pretendido que la idea de la literatura no deje indiferente al lector para que se avance sobre la tradición, pero a veces también contra ella porque la gran literatura siempre ha sido un riesgo». Claridad, compromiso y provocación en un libro que, rompiendo las fronteras de contenido, sirve de puente hacia otras lecturas y sensibilidades.