Danza

De sevillana grandeza

«Antonio el Bailarín, nacido para bailar, es uno de los grandes entre los grandes». «El Ballet Nacional, con gran acierto, apostará por sus coreografías»

Antonio Ruiz Soler se preparó con el Maestro Realito
Antonio Ruiz Soler se preparó con el Maestro Realitolarazon

En el último artículo hablaba del triunfo de un joven onubense, de un andaluz, Manuel Carrasco. Hoy voy a recordar a un grande entre los grandes, a un sevillano, a un andaluz universal, Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín para el arte

En el último artículo hablaba del triunfo de un joven onubense, de un andaluz, Manuel Carrasco. Hoy voy a recordar a un grande entre los grandes, a un sevillano, a un andaluz universal, Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín para el arte. Nacido en los primeros años del siglo pasado, desde niño era el claro ejemplo de alguien privilegiado, nacido para bailar. Se prepara con el Maestro Realito, en la Alameda de Hércules, que era un mundo lleno de viejos cafés, de casas de citas, de viejos artistas y de jóvenes que buscaban aprender. Con una compañía de niños, Antonio marcha «a hacer las Américas»; termina en Nueva York y allí un empresario lo contrata haciendo pareja con otra grande de Sevilla, Rosario. La pareja se convierte en la sensación. El todavía adolescente, a pesar del éxito y del dinero que ya empieza a ganar, se convierte en una especie de esponja, se va empapando de todo lo que es el mundo del espectáculo, la puesta en escena, las luces, las coreografías, las medidas, los tiempos... Por todo ello, cuando regresan a España convertidos en estrellas, la pareja se rompe. Rosario es una magnífica bailaora; Antonio es un genio como bailarín y como coreógrafo y director. Forma su propia compañía y durante muchos años recorre el mundo, paseando los bailes de España por los mejores teatros. Fue un gran divo, soberbio, incluso despótico, pero en aquel tiempo las estrellas eran de esa forma. Tuve la fortuna de conocerlo y tratarlo en los últimos tiempos de su vida, que seguía viviéndola de forma esplendorosa, a pesar de que la liquidez empezaba a fallar. Un día eran los bajoplatos de oro los que vendía; otro un importante cuadro; una colección de pitilleras de oro: o cualquier caro objeto de sus colecciones que le permitiera seguir llevando la exquisita vida a la que estaba acostumbrado. He contado muchas veces que una noche después de una cena en Mayte Commodore de Madrid nos fuimos a El Portón, lugar emblemático de la noche de la capital de España, donde las sevillanas era el baile rey. Antonio, que había tomado más copas de las que la prudencia aconseja, de pronto me dice: «Enrique, vamos a bailar las próximas sevillanas». Al ver en la pista al genial bailarín todo el mundo se retira y ahí quedamos, ante no pocas críticas, Antonio y yo de pareja. No lo dudé, porque era tener en mi currículum «he bailado en público unas sevillanas con el más grande». También asistí a su último cumpleaños. Primero, aperitivo en su mansión de Aravaca, caviar y vodka helado, para rematar con una gran cena en un asador cercano. Los comensales que acompañamos al anfitrión: Pilar López, otra de las grandes de la danza; María Rosa, que fue primera bailarina de su compañía y que mantuvo su propio ballet más de 40 años siendo director del mismo en algunas temporadas el mismísimo Antonio; José Antonio, grandioso bailarín y director del Ballet Nacional y del de Andalucía; y unos pocos amigos entre los que me encontraba. Poco antes de su fallecimiento se le rindió un homenaje en el Teatro Lope de Vega. Alejandro Rojas Marcos, alcalde en aquel momento, al entregarle el Giraldillo le dijo que sería un enorme orgullo verle más por su Sevilla. Antonio, con su retranca, le respondió: «Así lo voy hacer y para siempre. Me he comprado mi casa en el cementerio de San Fernando». Allí está en la rotonda donde seguro que hacen tertulia Juanita Reina, Joselito el Gallo, Ignacio Sánchez Mejías, Paquirri y él al baile.

Toda esta historia viene a esta página porque el Ballet Nacional de España, que con gran acierto dirige Antonio Najarro –recientemente el teatro de la Maestranza se deslumbró con el montaje de Sorolla– ha decidido que su gran apuesta de la temporada sea un homenaje a Antonio Ruiz Soler, con un programa con algunas de sus mejores coreografías: El sombrero de tres picos, Eritaña, Zapateado de Sarasate, Fantasía Galaica y El taranto de la taberna del toro. Estaré en La Zarzuela de Madrid y esperaré con impaciencia su estreno en el Maestranza sevillano porque como decía el genio, cuando hablaba de un artista sevillano, «además de todo lo dicho, se le asoma Sevilla por los costados y eso es definitivo». Qué gusto recordar las grandezas de Andalucía.