Sevilla

Domingo de Resurrección

Los tres pasos de la hermandad del Amor en la iglesia del Salvador de Sevilla, antes de la estación de penitencia
Los tres pasos de la hermandad del Amor en la iglesia del Salvador de Sevilla, antes de la estación de penitencialarazon

Qué agridulce resulta para los más intensos de la Semana Santa el Domingo de Resurrección. Es el gran día de la cristiandad, el día en el que la muerte es vencida por el Señor. Por tanto, es la base de que la muerte nos conduce a la verdadera vida. Pero en la tierra, en Andalucía, en Sevilla, significa que empezaremos a ver que faltan más de 350 días para que vuelva a ser Domingo de Ramos. Mi traslado a la plaza del Duque de la Victoria, a mi casa de la mejor de las semanas –a mi hotel Derby (se cumplen 27 años seguidos en el mismo y en la misma habitación )– se produjo el Viernes de Dolores. Asistí por la noche en la parroquia de la Magdalena, que luce una espectacular iluminación, al impresionante traslado del Señor de la Quinta Angustia a su paso. El sábado, dos grandes momentos: el traslado del Señor del Calvario y, en San Vicente, el vía crucis y posterior colocación en el paso del nazareno de la hermandad de las Siete Palabras. Estas liturgias te trasladan a varios siglos de antigüedad. Buena noticia. Nada más comenzar los días grandes, el prendimiento del mal ladrón en la cuna de luteranismo. Sin duda un gran éxito de las fuerzas de seguridad del Estado. Quiero destacar las nuevas formas de colocar los pasos en sus respectivas iglesias el día de la salida. Por ejemplo en la colegial del Salvador. Los tres pasos de la hermandad del Amor delante del altar mayor eran un conjunto de belleza suprema. El domingo amaneció con palmas, romero y lluvia. Lo que presagiaba tragedia se convirtió en gran día, hasta con emociones desde la salida de la Borriquita hasta la entrada de la Amargura. El lunes, para mí básico, mi Virgen de las Aguas del Museo. Volvió a dar una lección de señorío y juntó una vez más a miles de personas en todo su recorrido. Había jurado que nunca más estaría con la Señora hasta que se recoge, que los años, tras los maratones diarios, se notan. A su salida, como siempre, maravillosa. Esa vuelta a la plaza con el remate de la «revirá» para tomar Alfonso XII, al a los sones de la marcha «Rocío», te deja en las puertas de la gloria. Volví a renovar mi promesa de que en ese lugar terminaba mi entrega a la hermandad. Me encaminé a Placentines para saludar a unos amigos en sus balcones y disfrutar del paso de la Vera-Cruz y las Penas. Con el Museo –de mi infancia, de mi barrio– una vez en la calle, me pregunté por qué no acercarse a la Catedral y ver por última vez al Cristo de la Expiración y su madre. Enseguida comprendí que estaba perdido. Hasta su entrada fui al lado de mi hermosísima virgen. Eso se producía pasadas las tres de la mañana. Al día siguiente, gracias al buen trabajo de un masajista, pude caminar. Hasta el sábado, que estoy escribiendo este artículo, hay que alegrarse. Todas las hermandades han salido a la calle, aunque algunas han tenido que refugiarse en otros templos, pero de forma momentánea. La Madrugada fue, como es costumbre de muchos años, sin problemas de importancia. El pueblo de Sevilla se echó a las calles, teniendo como lema que lo hacía sin temor y volviendo a dar una lección magistral de cómo pueden convivir cientos de miles de personas en las calles. Nos quedan las buenas cofradías del sábado y ese Resucitado y su madre, la Señora de la Aurora, que ya se le han secado sus lágrimas. Su hijo vive. Ahora sólo queda esperar el próximo Domingo de Ramos. Esos más de 365 días los iremos sorteando como se pueda, pero con la esperanza plena de que de nuevo viviremos una mañana en la que veamos unos nazarenos blancos que se dirigen al Porvenir y otra vez el mejor de los mundos será por ocho días sevillano.