Sevilla
Dos Barcelonas
Una pareja de chicas lesbianas, jovencísimas y con todo el kit alternativo puesto encima –horadaciones para colgar herraje, pocos centímetros de piel sin tatuar, cabellera multicolor, ropa agujereada...–, planean las vacaciones en la mesa de un bonito bar mexicano del barrio de Gracia. Se dirigen a los camareros, un báltico y una canaria, por supuesto en español, pero también entre ellas usan la lengua común del Estado con descarado acento barcelonés: arrastre de las palatales y modismos importados desde su idioma vernáculo. En un momento dado, alternativamente, ambas telefonean a sus respectivos padres, residentes en otra provincia aledaña, con los que sí conversan en catalán. Esto es, dos ciudadanos que, si el aspecto no engaña, jamás votarían por ningún partido conservador, ni siquiera por alguno moderadamente progresista, practican el bilingüismo de forma natural, sin ningún trauma. (...) Al día siguiente, nos encontramos en el mirador de Joan Sales, el punto más alto del Parque Güell. Toda Barcelona a nuestros pies. Excepto el Tibidabo, que reina a mano izquierda y en cuya ladera continúa aparcado el-viejo-Cadillac-segunda-mano de Loquillo. Los ojos de los miles de turistas que pasan por allí a diario caen indefectiblemente sobre el respaldo de un banco de piedra en la que (des)luce una pintaba en amarillo chillón: «Spain has political prisoners». Un monumento público, o sea, vandalizado desde hace tiempo –la erosión ha hecho de las suyas– sin que el Ayuntamiento, propietario del lugar, se haya molestado en borrar la proclama. (...) Resulta pues, a la vista de estas dos anécdotas, que mientras la Barcelona real vive su vida tranquilamente, existe una asquerosa Barcelona oficial que azuza el odio o, como poco, asiste al deterioro de la convivencia sin hacer nada por remediarlo.
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