Andalucía
El carnaval de fin de año
Los rectores del país, ya sean desde la Moncloa o desde San Telmo, despiden cada diciembre con comparecencias más o menos insustanciales sobre lo venido y lo porvenir en una suerte de intervención oracular que aporta el conveniente tono musical al instante. Ahí llega el estribillo: un año más y un año menos, el principio y el fin, el alfa y el omega, unidos todos en ese segundo en que se engulle la duodécima uva y, luego, la nada. «Lo mismo», maldijo Sísifo a la duodécima vez que se cayó la piedra. Ése es el preciso instante en el que más conviene rememorar la melodía de los políticos, esa misma que se repite cada final de año como la representación de una fábula para todos los públicos. Hace más de un siglo el compositor Camille Saint-Saëns escribió «El carnaval de los animales», una broma en forma de «suite» en la que aparecen tortugas, gallinas, leones y burros, entre otras especies. Tanto uno, la composición del autor romántico, como el otro, el tantán político, bien valdrían como colchón musical para la celebración del fin de año. La yuxtaposición de ambos, sin embargo, está contraindicada para no pocas patologías: hay que ser cautos con todos los excesos, también con las fábulas. Saint-Saëns, en su famosa composición, usa tortugas para bajar a los infiernos, hace rebuznar a burros que comprenden como críticos y analistas e incluso figuran fósiles que bailan canciones infantiles y recitan «El barbero de Sevilla». En estos últimos días de diciembre, el discurso político suena en un inquietante paralelismo de macabro carnaval a exploraciones infernales, a cantatas equinas y a nanas para niños agonizantes. Es cierto que todos tenemos algo de reliquias en el tránsito del final del año al nuevo, pero nadie alcanza la altura de los políticos.
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