Sevilla
El cine mira al sur
Han empapelado el centro de Sevilla, lo que nuestros abuelos llamaban El Paseo y hoy es el paisaje que observan los pasajeros del tranvía, con fotografías de algunos de los más carismáticos actores españoles. Se ha deslocalizado, sí, la gala de los Premios Goya y Fibes la acoge mañana por la noche para solaz de mitómanos. No se trata de los Oscar, vaya por delante, pero tampoco son despreciables los beneficios que trae un evento cuya popularidad se ha multiplicado en los últimos años y que traslada definitivamente al sur la capitalidad del cine patrio: después del éxito fulgurante (por su brillo y por su velocidad) del Festival de Málaga, apellidado «español», y de la eclosión de una industria audiovisual netamente andaluza, este gran escaparate anual completa la migración. Es un acierto de la Academia, además, haber prescindido como presentador de Dani Rovira, un tópico graciosete local bastante malaje, para confiar los chistes de la velada a Silvia Abril y Andreu Buenafuente, matrimonio de catalanes bien avenidos a cuyo inteligente humor sólo cabe poner la salvedad preventiva del sectarismo. Convalecen de hemiplejia moral, esa triste patología progre, aunque merecen el voto de confianza que siempre hay que dar a quienes cuentan con las neuronas suficiente para sufrir en cualquier momento un rapto de lucidez. Sería un gesto elegante el no reñir a sus anfitriones por el sentido del voto emitido hace dos meses si, como poco, no se autorreplican con la contrición obligatoria del que ha elegido a un excremento nazi como presidente de su región y a una analfabeta despótica como alcaldesa de su ciudad. Las extravagancias de Vox son una bendición para cualquier guionista, aunque no en menos medida que las de los demás. Aquello de la paja, la viga, los ojos de uno u otro y tal.
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