Sevilla
«El golpe de estado casi triunfa por lo chapucero que fue»
Víctor Márquez Reviriego: cronista parlamentario de la Transición, asegura que «la prensa de ahora no cuenta nada nuevo»
Cincuenta años de batalla periodística contemplan a Víctor Márquez Reviriego, quien ha dejado –y sigue dejando– su impronta en los principales medios del país.
Cincuenta años de batalla periodística contemplan a Víctor Márquez Reviriego, quien ha dejado –y sigue dejando– su impronta en los principales medios del país.
–¿Qué diferencia aprecia entre el Parlamento que se configuró en la Transición y éste, entregado a la dramaturgia y los golpes de efecto de Podemos fundamentalmente?
–Siempre digo que un político tiene tres intereses: el interés nacional, el de su partido y el personal. En la Transición el orden fue éste realmente. Ahora se ha visto en algunos casos demasiado claro que se ha puesto por delante el interés del partido e incluso el interés personal por encima, y no voy a citar nombres porque no es necesario, creo. Desde el punto de vista periodístico, todas las cuestiones que se estaban tratando eran fundamentales: qué tipo de democracia iba a ser, si la mayoría de edad sería a los 21 años, incluso la pena de muerte. Ahora todas esas cuestiones afortunadamente están resueltas, y son más intereses de clase, de comunidades, de personas... lo que se defienden. De toda mi experiencia el momento más emocionante que he vivido –el más espectacular fue el golpe de Estado de (Antonio) Tejero– fue cuando se abolió la pena de muerte. Lo hizo además un diputado de Sevilla, Jaime García Añoveros, «número dos» en la lista de UCD. La cosa ahora puede parecer muy clara, pero fue una negociación de última hora. Ese hecho marcó que un país como España, donde había habido tantos muertos, iba a entrar en una democracia moderna.
–No ha querido decir nombres sobre quién ha alterado el orden de esos intereses, pero lo que parece difícil realmente es encontrar a alguno que no lo esté haciendo.
–En el fondo no los pone ninguno. Si hay un grupo que por lo menos haya tenido la listeza de aparecer como que pone el interés general por encima del propio ha sido Ciudadanos. No lo hizo Pedro Sánchez, que al final tuvo la salida digna de quitarse de en medio; no lo hizo el PP después de las elecciones de diciembre... no lo ha hecho nadie. Otra cosa es que Rajoy, que es bastante más listo que los demás, en contra de los que lo daban por un presunto cadáver –de hecho lo era– ha aguantado. Pero para mí un hecho que lo demuestra es que después de las elecciones de diciembre ni dimitió Rajoy ni se largó inmediatamente a casa Pedro Sánchez. Los dos triunfadores de las elecciones de diciembre fueron Pablo Iglesias y Albert Rivera. Todavía Sánchez después del segundo revolcón siguió insistiendo; para mí eso es inconcebible. En otros países dimiten porque han copiado una tesis doctoral y si aquí tuvieran que dimitir todos los políticos que hablan por boca de otros, que les escriben discursos, se quedaba esto vacío.
–¿Cómo ve a Podemos? ¿Cree que el PSOE se recuperará?
–Tengo que decir que si algo soy todavía es socialdemócrata. Desde la Universidad, que estábamos en las Juventudes Socialistas y nos las dábamos de marxistas, en el sentido de que lo habíamos leído, no como otros que creían en Marx como mi madre creía en la Virgen del Pilar. Tengo interés histórico en que se recupere, pero tardará años. Y lo que no encuentro en el PSOE, a lo mejor están ocultos o no han florecido, son gentes capaces de ir a esta recuperación.
–¿Qué impresión le da Susana Díaz?
–Por primera vez en mi vida hay un político andaluz en primera línea que no conozco. Susana Díaz tienen un defecto que es muy grande ya en la política española: quienes son políticos, no diré desde la cuna, pero sí desde la adolescencia y no se les ve que hayan tenido una formación previa. El antiguo presidente de Extremadura Rodríguez Ibarra o Joaquín Leguina han dicho más de una vez que los políticos deberían previamente haber cotizado a la Seguridad Social por trabajo. Debe ser muy lista cuando está donde está. Mi idea es que meterse en el lío de encabezar al PSOE nacional lo va a tener muy difícil. Creo que Díaz solo podría encabezar al PSOE si hubiera elecciones el verano que viene y eso sería suicida. Ahora mismo su problema es que Rajoy los tiene cogidos, en el sentido de que el PSOE tiene que tratar de que esta legislatura dure el máximo para recuperarse. Si Díaz fuera secretaria general el año que viene y las elecciones no van a ser hasta el 2019, es mortal para un partido que quien encabece la oposición no esté respondiendo al presidente del Gobierno en el Parlamento. Una persona como Fraga tuvo muy pocos diputados en la primera Legislatura, en la segunda se hizo de cara al público por su extraordinaria labor parlamentaria. Siendo jefe de un grupo que tenía menos diputados que el Partido Comunista, gracias a estar continuamente en la tribuna pasó a ciento y pico. O sea, que Susana Díaz lo tiene muy difícil y el PSOE también porque, ¿si no va ella, quién va?
–¿Podemos puede sustituir a esa izquierda socialdemócrata?
–No.
–¿Se acabará disgregando?
–Creo que sí. Hay que mirar un poco la historia: el PSOE en su día el núcleo más fuerte que tenía era Andalucía y Cataluña, donde se ha disgregado, y cada vez es más el partido de Andalucía. A Podemos le está pasando igual: Ada Colau terminará encabezando unas generales y aquí ya están empezando a disgregarse. Por otra parte, un proyecto político de largo alcance no puede hacerse solo con la protesta. Ésa fue una de las bases del gran triunfo del PSOE en el 82: votó un montón de gente que no era del PSOE, pero eran la ilusión de futuro. Me da la impresión de que Podemos ha manejado muy bien la protesta pero no la proyección de que en un futuro van a ser capaces de gestionar un país.
–¿Qué impresión le da Pablo Iglesias como parlamentario?
–He ido poco al Parlamento, espero llegarme algún día, todavía tengo la credencial... Es listo, evidentemente, pero una cosa que me lo rebajó muchísimo fue cuando dijo que el referéndum andaluz del 28 de febrero había sido por la autodeterminación. ¿Pero esto cómo puede decirlo un señor que además es profesor de mi antigua facultad de Políticas? Le contestó muy bien Rubalcaba, que dijo: eso es como si yo, que soy profesor de química confundiera el boro con el carbono. Eso es tremendo. Errejón parece más templado... De todas formas hay que decir otra cosa: cuando se toca el poder, hay mucha gente que se apunta a los partidos. No lo digo como censura, ¿eh?, afortunadamente mucha gente lista y preparada se apunta. Lo que me parece muy mal son las fidelidades de partido, que se quiera poner de presidente de la comisión de Exteriores al ex ministro del Interior, un señor que aparte del catalán y el castellano no habla ningún idioma.
–En este caso el problema no son los idiomas, si no el uso que ha hecho de su posición.
–Y más después de estar reprobado por el Parlamento. Dicen que es muy amigo de Rajoy, oiga, pues que le nombren arzobispo o embajador de la Santa Sede. Antes, cuando la clase política era improvisada totalmente, estaba mucho mejor preparada; ahora se nota que son gente que a los 16 años se han metido en las juventudes de no se qué de cada partido y que han ido ascendiendo desde ahí.
–¿La dupla Errejón-Iglesias puede tener algunas similitudes con la que formaron Felipe González y Alfonso Guerra?
–No. González es un señor que ha demostrado históricamente que tenía un sentido de la realidad tremendo. Se proclamaba marxista y en un momento dado dijo que había que abandonar el marxismo; igual con la OTAN; y Alfonso Guerra me consta que el propio Rey Juan Carlos dijo de él que era de las personas que había conocido con más sentido del Estado. La Transición española tuvo la fortuna de contar con dos «número dos» excepcionales: Adolfo Suárez tuvo a Abril Martorell y González a Guerra. La prueba es que cuando dejaron de serlo, UCD y el PSOE fueron a peor. Ahora no sé si hay «números dos» como ésos, ojalá Soraya Sáenz de Santamaría lo fuera.
–Estuvo en el golpe de Estado y confesó que lo que le preocupaba en ese momento era volver a coger su abrigo...
–Le voy a decir lo que pensé: cuando vi entrar a guardias civiles, pensé que ETA iba a atentar contra el Congreso. No se me ocurrió nunca que nos iban a matar. Sí sabía que por ser yo redactor jefe de Triunfo, la revista más a la izquierda de la época de Franco, no me iban a dejar ejercer la profesión. Me vi volviendo a dar clases particulares de matemáticas o haciendo de negro para alguien. El final, efectivamente, fue que ese día estrené un magnífico abrigo de cachemira azul y lo tenía en el guardarropa. Le pregunté al capitán Muñeca si podía bajar a buscarlo, era febrero, hacía frío y yo me decía: «¡¿cuándo voy a poder volverme a comprar un abrigo como éste?!».
–¿Y el encargado de los abrigos permanecía en su puesto?
–Todo el mundo. El señor del guardarropa estaba allí, los taquígrafos, los ujieres... Sí pensé que nos podrían mandar a un campo, como hicieron en Chile, para seleccionar a la gente, pero nunca que me iban a matar. He oído decir a periodistas franquistas, por lo menos lo eran pasivamente, que creían que nos iban a matar. ¿Por qué nos iban a matar? Les voy a contar otra cosa del golpe: según he oído yo, en la tribuna de prensa había 140 personas, cabemos 48, así que yo debía tener a seis encima... Por cierto, nos echamos al suelo mucho antes de que nos lo dijeran porque las balas daban en el techo. Es más, Luis Carandel, que aquel día estrenaba un traje, tenía toda la espalda blanca del estuco que le había caído por los disparos.
–¿Por qué hay tanta memoria ilustrada del 23F y se sabe muy poco de lo que realmente pasó?
–Porque sobre lo que pasó hay que investigar, para lo otro basta con fantasear. Tengo una libreta llena donde fui anotando todo, pero lo mismo que yo hice eso, que es real, hay otros que han contado todo lo que han querido. Ni siquiera sé si se sabrá como se saben en Estados Unidos las cosas, que después de un tiempo los documentos secretos se abren. Tampoco sabemos nada de quién mató a Prim, lo sospechamos, pero no se sabe.
–¿Y qué piensa que pasó en aquellas horas?
–Que el señor (Alfonso) Armada llegó a tratar de formar un gobierno tipo De Gaulle y Tejero dijo que no. Y que finalmente el teniente general (José Luis) Aramburu, director general de la Guardia Civil, de Huelva por cierto, logró convencer a Tejero de que se rindiera.
–¿La verdad del 23F cuál es?
–La verdad yo no la sé. Lo que sí sé es que no era cosa de Tejero solo ni de (Jaime) Milans del Bosch... Cuando vi entrar a Tejero, lo primero que pensé fue en dos libros, cuya lectura recomiendo: uno de un periodista norteamericano, rojo, y que se llamaba John Reed: «Diez días que estremecieron al mundo». Es un reportaje impresionante de cómo los bolcheviques conquistan el Palacio de Invierno, que es como se da un golpe de Estado. Y otro que se llama «Técnicas de golpe de Estado», de Curzio Malaparte. Lo primero que pensé cuando me di cuenta de que aquello era un golpe es que estaría tomada Televisión Española, las estaciones de tren, la Presidencia del Gobierno, que estaría tomada Correos, telecomunicaciones, aeropuertos... jamás me imaginé que fuera en el fondo una cosa a la par chapucera e inteligente, porque estuvo a punto de salir bien. Si hubiera triunfado hubiera sido un golpe de Estado muy barato, con unos pocos guardias civiles, algunos ya casi retirados (risas)... aparte de los que estarían en el ajo, como el que nos vigiló en la tribuna de prensa y nos dijo «tranquilos, que esto va contra el sistema, no contra ustedes». ¡El tío hablaba como si fuera de Podemos! (risas). Eso prueba otra teoría mía: en España sólo funcionan las chapuzas. Tengo una crónica parlamentaria de 1978 donde decía que la Constitución que se estaba preparando iba a durar mucho porque es chapucera. E hice una parodia de un verso de Quevedo: «En España solo lo chapucero permanece y dura (el de Quevedo decía ‘solo lo fugitivo’)». Y ya vamos camino de los cuarenta años... Precisamente por lo chapucero que fue el golpe de Estado estuvo a punto de triunfar y hubiera sido el más barato del mundo.
–¿Cómo ve a los periodistas de entonces y a los que cuentan ahora esta supuesta segunda transición?
–No quiero hablar como un viejo, que siempre tiende a minusvalorar lo actual. Me he convertido en lector de medios artículos, porque los dejo. Los periódicos de ahora no me cuentan demasiadas cosas buenas, ni nada nuevo, a lo mejor es que no lo hay. Tuve la suerte de que en la Transición había cada día algo nuevo y sorprendente que contar. Ver de pronto en el verano de 1977 que Santiago Carrillo y Manuel Fraga se estaban saludando, eso ya era una noticia; o que «Pasionaria» estuviera en la mesa de edad de las Cortes... Toda situación era en sí una novedad. Ahora desgraciadamente me da la impresión de que hay más sorpresas en los programas éstos de televisión, que yo no veo, dedicados a la chismografía. La Pantoja sorprende hoy mucho más que un ministro... seguramente con motivos.
–¿Fraga se abrió realmente la chaqueta y les dijo a los guardias civiles «disparen contra mí»?
–Yo no estaba allí, pero se ha sabido. Pero si se habla de dignidad en el 23F, tengo cuatro ejemplos: una, la de Adolfo Suárez, que fue ejemplar; la de (Manuel) Gutiérrez Mellado y la de Santiago Carrillo, que tampoco se sentó. Y anoto una cuarta que no se dice nunca, una persona que no estaba allí y fue a reunirse con sus compañeros: el presidente del Consejo de Estado, el diputado granadino Antonio Jiménez Blanco. Fue al Congreso y se sentó en la escalera del pasillo al lado de Adolfo Suárez, un gesto de una nobleza extraordinaria.
Una tesis de vida
Onubense del 36, el Congreso fue su hábitat durante la Transición. Entre 1977 y 1981 publicó sus «Apuntes parlamentarios» en la revista Triunfo, de la que era redactor jefe. Sus «Auténticas entrevistas falsas» se publican mensualmente en Leer. Confiesa que en su casa, tras los libros, tiene apiladas decenas de libretas, testigos de sus años de ejercicio de las que «seguramente ni yo entendería la letra ahora». El también periodista José Romero dedicó una tesis doctoral –en la imagen, editada por el Congreso de los Diputados– a la labor de Márquez Reviriego, al que define como «un renovador de la crónica parlamentaria».
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