Museos
El Museo Thyssen se hace cubista
Juan Gris y María Blanchard protagonizan la nueva exposición temporal de la pinacoteca malagueña
Juan Gris y María Blanchard protagonizan la nueva exposición temporal de la pinacoteca malagueña
Desde hace varias semanas se esperaba la apertura de una de las muestras con mayor impacto en el panorama expositivo español, en el Museo Carmen Thyssen Málaga. Hablamos nada menos que de «Juan Gris, María Blanchard y los cubismos (1916-1927)», que mediante tres secciones se enfrenta a lo que se ha venido en llamar la «segunda parte» de este movimiento artístico que sacudió los cimientos del arte a comienzos del siglo XX. Pinturas, esculturas, dibujos y documentos, en total de más de 60 piezas, de Picasso, Lipchitz, Dalí o Peinado. Un relato inédito que busca romper la barrera de temporal de 1914, comienzo de la I Guerra Mundial, que separaba la producción de Picasso y Braque de lo que con posterioridad se desarrolló gracias al protagonismo de Gris.
La muestra enlaza un diálogo entre ambos nombres propios para proponer nuevas perspectivas de una producción compleja que anticipa la dificultad que la modernidad plantea en términos estéticos. Para entenderlo hay que volver los ojos al París de 1907, donde tomó asiento el germen cubista, dándole la puntilla a todo lo que ante se había hecho aunque sin dejar de beber de ciertas fuentes. Una mirada inexplorada nació, sin duda y literalmente, pariendo un sistema de representación transgresor que pareció diluirse en otra cosa con la aparición del conflicto bélico. Fue como si las bombas y las trincheras dieran lugar a un extraño hombre salido de las humaredas de los bombarderos que ahora se interpretaba bajo el concepto de la abstracción total. Una losa bajo la que se ocultaron otras sensibilidades que sobrevivieron a la barbarie. Lo explicó ayer durante la inauguración uno de los comisarios de la muestra, el catedrático Eugenio Carmona, al incidir en que este periodo, «hasta fechas relativamente recientes, no había sido bien conocido, ni bien comprendido», y especificó que se ha intentado romper la barrera del 14 para expandir su influencia hasta llegar a la Guerra Civil Española. Una recuperación de casi veinte años en la que hay mucho que encontrar.
En este contexto es cuando Gris explota, tomando el mando de un momento que aboga por la pintura pura mediante líneas geométricas, mientras que Blanchard, quien se asienta en la madurez de su producción, apuesta por una síntesis creativa más personal y creativa. Ambos mantuvieron una constante comunicación, encontrando ella una posición más colorista que el artista madrileño, gracias a un dinamismo exagerado que se puede apreciar en la selección de naturalezas muertas que participan en la muestra. Amigos íntimos, se sumergen en una nueva forma de entender los objetos, la composición, la luz y la interpretación de la pintura.
También se trata de la recuperación de Blanchard para el gran público como una de las principales autoras de las vanguardias, porque hasta hace unos años pasó desapercibida bajo los apellidos de sus compañeros masculinos. Un caso parecido a lo que se ha llamado «Las Sinsombrero» de la Generación del 27. Nacida en 1881 en una pudiente familia, tuvo que lidiar con una cifoscoliosis que le impidió relacionarse con normalidad durante los primeros años de vida. Gracias a su padre, encontró alivió en las bellas artes, donde muy pronto despuntó por su especial sensibilidad y colorido. Entre 1908 y 1913 datan sus primeros pasos en París, donde trabaja bajo el influjo de Anglada Camarasa y Diego Rivera. París era la belleza que siempre buscó y anheló, fue allí donde se cambió el apellido, estrechó lazos con Lipchitz y Gris, y donde compartió marchante, Léonce Rosenberg, durante los años de la guerra. Nunca volvería a España ni tampoco lo deseó, aunque en algunas de las cartas que se han conservado de su correspondencia con André Lhote transfiere cierta melancolía por su país natal. La recuerda un testigo crucial, quizás el demiurgo de todos ellos, Jean Cocteau, que afirmaba que todos eran genios sin darse cuenta de ello. Como pincelada, recuerden que sus cuadros compartieron exposición en 1916 con Picasso y Modigliani en el Salon D’Antin donde estaba colgado «Las señoritas de Aviñón».
Tanto a ella como a Gris le deben mucho de su creación todos los que en España alumbraron el arte nuevo que llegó a nuestro país canalizado por la Residencia de Estudiantes de Madrid. Charlas, revistas francesas, viajes y las tertulias de Rafael Barradas y Daniel Vázquez Díaz articularon un movimiento que estrenaba temas, composiciones y protagonistas, que están presentes en la muestra.
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