Lucas Haurie
Elegante y fresco
La prenda de moda en las ciudades, desde hace unos años, es la camisa hawaiana. Muy pocos andaluces han visitado aquel archipiélago, acaso los picados del triatlón que allí tiene su cuna, que conocemos por el sonoro nombre de su capital, Honolulu, y por referencias más o menos culturales como el ataque nipón a Pearl Harbor y aquella película tan tierna con George Clooney. Sin embargo, en cada armario con aspiraciones de modernidad cuelga una, cuando no varias, de esas prendas floreadas que por su manufactura en algodón absorben la humedad que emana de los torsos sudados. (En fin, menos todavía sabemos de las Islas Bermudas y de su misterioso triángulo, apenas que es una nación independiente adscrita a la Commonwealth, lo que no ha impedido la universalidad del pantalón corto.) La camisa hawaiana es la cubana de nuestros abuelos, pero con un toque colorista. Uno se resistía, porque conserva cierto pudor, a su empleo hasta que una reciente visita a California lo sacó del error; y no sólo por la desacomplejada elegancia con la que las lucían los americanos, incluso de provecta edad, sino porque la oferta de estampados era pantagruélica y a precios la mar de asequibles. ¡Qué error fue el haber comprado sólo una! Bastó con calzarla un día, con por demás notabilísimo éxito de crítica y público, para lamentar toda una vida de camisetas y polos, pegajosos sucedáneos del fresquito que bien aprisionan los pescuezos bien martirizan las axilas. Todo junio fue penoso peregrinaje por el comercio textil del centro y los extrarradios en busca de camisas hawaianas que a este lado del charco se empeñan los fabricantes en confeccionar en poliéster, lo que supone un seguro sofoco para el dueño amén de un atentado para las narices de cuantos lo circundan. Habrá que ir de tiendas en vacaciones.
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