Estados Unidos
Facebook y Whatsapp: almacén descomunal de datos y emociones
Cómo hacer rentables los recuerdos, las conversaciones y las fotos de los andaluces.
Los andaluces, como el resto de la cuenta mundial de sus usuarios, son rentables para Facebook, un almacenador descomunal de datos a quien donan sus recuerdos, sus emociones y sus álbumes de fotografías. La auditoría de la compañía de 2011 arrojó un valor contable de 6.300 millones de dólares (básicamente se recontaban activos físicos); su valor en bolsa partió de 104.000 millones, cuando, apenas medio año después, apareció en el parqué americano. La diferencia entre una y otra cantidad es esencialmente el «valor monetizable» que Facebook extrae de sus reservas petrolíferas: nosotros. En 2012, la compañía acumulaba 2,1 billones de datos personales. Cada persona o usuario, como fuente de información, se tasa en 100 dólares, lo que vale por término medio toda esa amalgama de frases, comentarios y opiniones que se escriben y se archivan a diario. Esta es su riqueza, porque los datos son como los icebergs: sólo asoman un pico de su inconmensurable variedad de usos. En Facebook se registran a diario 3.000 millones de «me gusta»; los 450 millones de comunicantes de Whatsapp, la nueva adquisición de Zuckerberg, registran 18.000 millones de conversaciones. Su patrimonio son nuestros datos, «Big data», que cribados, cruzados, ordenados y decodificados pueden prever con exactitud comportamientos y actitudes. El profesor de computación de Harvard, Oren Etzioni, investigó en 2003 las variaciones entre los precios de los vuelos en las distintas compañías americanas. Acabó diseñando un sistema que, sustentado en pautas de comportamiento repetitivas, daba en la diana el 75% de las veces y ahorraba una media de 50 dólares. Nuestros datos, y de ahí el valor de las gratuitas conversaciones de Whatsapp, van a transformar los mercados, las organizaciones y las relaciones entre los ciudadanos y los gobiernos. Pero además, como señalan Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (autores de «Big data. La Revolución de los datos masivos»), están sacudiendo la forma en la que nos relacionamos. Los datos no se gastan, pueden ser utilizados por distintas fuentes y para distintos fines. Fines positivos (cuando en 2009 se detectó una cepa de gripe H1N1 en Estados Unidos, las autoridades se apoyaron en Google para conocer anticipadamente las zonas de propagación de la enfermedad: lo hicieron empleando los datos derivados de las búsquedas de los usuarios relativas a enfermedad, tos, medicación, etc), comerciales, de registro o inquietantes (la mitad de los Estados norteamericanos están empleando datos de la historia personal de los reclusos para apoyar decisiones sobre la libertad condicional). El almacenamiento tiene un coste irrisorio y los ciudadanos contribuyen, gratuitamente, a perfilarse y predecirse. Alcanzado la totalidad de los datos, los autores de este ensayo publicado por Turner se pregunta, qué sentido tendrán palabras como intuición, fe, incertidumbre, obrar contra la evidencia o aprender de la experiencia. «Todos podremos ser perfectamente previsibles y se podrá actuar preventivamente. El libre albedrío está en riesgo. La Stasi almacenó 39 millones de fichas de ciudadanos de la Alemania Oriental tras más de 40 años de espionaje, coacción y delaciones. Los datos ahora se consiguen libremente. ¿Alguien imagina a Google o Facebook pidiendo disculpas y devolviendo intactos los recuerdos que le prestamos?»
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