Violencia de género
Final feliz, como casi siempre
La peripecia de Violeta y Manuel, los dos menores secuestrados por un padre maltratador tras su turno de visita navideño, ha concluido con final feliz y con un recordatorio, a tanta plañidera y tanto flagelante como sufrimos, de que el Estado ha articulado un sistema eficaz para proteger a las víctimas de la violencia doméstica. Abundan en todos los órdenes de la vida los cenizos que, en palabras del sociólogo canadiense Steven Pinker, «han llegado a la conclusión de que ser pesimistas les concede socialmente un plus de sofisticación. Los pesimistas son considerados más serios y moralmente superiores. Tienen prestigio intelectual, lo que es absurdo». Esgrimen sus seguidores un dato irrefutable: desde 1985 hasta hoy, 30.000 personas al día ¡¡al día!! salen de la pobreza en el mundo. Y es cierto que las tragedias no pueden reducirse a números pero la estadística podría volcarse más hacia la cantidad de españoles (en genérico: de todo sexo, edad y condición) que, gracias al ingente del contribuyente, viven hoy en paz gracias a los mecanismos contra las agresiones familiares. En menos de 24 horas, la Policía localizó y redujo sin mayores daños a un individuo potencialmente peligroso... Tanto, que infligió heridas a tres agentes antes de ser detenido. Violeta y Manuel ya están con su madre debido a la mera aplicación de la normativa, sin necesidad de que toda una comunidad, con sus políticos y sus medios de comunicación a la cabeza, haga el ridículo como lo hizo en verano con su hedionda campaña contra Francesco Arcuri y esa jueza culpable de cumplir con su deber. Y no, señor Fernández Vara y señora Igartiburu, yo no he matado a nadie ni siento la necesidad de hacerme perdonar ningún crimen. Pero prefiero los chistes obscenos a la moralina monjil.
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