Lucas Haurie
Juicio final
La columna de hoy compartirá con todas las anteriores su implacable destino de envoltorio del pescado de mañana, señal inequívoca de que el fin del mundo no se habrá producido en este día del solsticio. No serían tan listos aquellos bajitos mesoamericanos cuando se dejaron arrebatar el imperio por un pelotón de desdentados extremeños y andaluces, pastoreados por el astigitano Jerónimo de Aguilar en calidad de intérprete y director espiritual. Un viejo chiste judío narra una revelación de Yahvé a Isaac Rabin sobre el inminente Apocalipsis. El viejo zorro habla ante el pleno de la Kneset : «Tengo una noticia buena y una mala. La mala es que se acaba el mundo; la buena, que se termina la Intifada». En parecidos términos expresaría José Antonio (¡¡presente!!) Griñán su alegría si un ángel le garantizase la certeza de las predicciones mayas: «Compañeros, la buena nueva es que Mercedes Alaya nunca volverá a su juzgado». Las cefaleas persistentes de la magistrada son la versión regional del bendito milagro de Dunkerque, una circunstancia inexplicable sobrevenida en auxilio de un ejército en desbandada y resignado a su aniquilación. Pero sería demasiada suerte que un cataclismo universal viniese también a obstaculizar el procedimiento de los ERE, de modo que el Juzgado de Instrucción 6 de Sevilla, con su titular o con su suplente al mando, continuará su lenta marcha hacia la verdad. Llegará el juicio final pero no sonarán trompetas, aunque sigue siendo más eficaz tener buenos amigos en el TSJA que confiar en los augurios de unos tíos con taparrabos.
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