Cádiz
Kichi rompe en alcalde
El licenciado en Historia, o así, José María González ha inculcado al alcalde Kichi una enseñanza clásica vital para el buen gobierno: «Pecunia non olet», el dinero no huele, que dijo el emperador Vespasiano ante la renuencia de sus áulicos a cobrar una tasa por el empleo de urinarios públicos. A despecho de la afilada demagogia de su jefe/enemigo, Pablo Iglesias, el regidor gaditano quitó caspa sectaria al cargo cuando concedió la medalla de oro de la ciudad a la Virgen del Rosario y antepuso el interés de sus paisanos a las tontas manías zurdas al aceptar encantado la bendita carga de trabajo para el astillero local encargada por la armada saudí. Era su deber, en ambos casos, porque existe una notable diferencia entre vocear consignas en una plaza y blandir responsablemente el bastón de mando. En pleno agosto, González Kichi abandonó por unas horas su zarrapastroso look estival para, disfrazado de niño de San Ildefonso, componer una tierna escena del sofá con Mohamed Jaham-al-Kuwari, embajador en España del peligroso (eso afirman sus antiguos aliados suníes y sus jurados enemigos chiíes) emirato teócrata de Qatar. De impecable traje y repeinado con colonia, posó arrobado a los pies del árabe, que anuncia inversiones en Cádiz. Pretende financiar con sus petrodólares nada menos que infraestructuras turísticas, otro de los belcebúes para estos progres de polichinela cuya mochila de prejuiciosas supersticiones parece no tener fin: se harán cruces cuando las apuntaladas covachuelas del centro histórico gaditano sean rehabilitadas y luzcan, ojalá, como rentables negocios hoteleros. Es posible que el edil sufra con el desafecto de los comparsistas, esos untuosos campeones de la ñoñería y la corrección política, pero habrá contribuido al progreso de su ciudad, que para eso le pagamos.
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