Andalucía
La lista negra
Como sabrán los parroquianos de este bloc, uno o ninguno, el firmante no destilaba precisamente entusiasmo hacia Moreno y Marín, M&M, cuando pregonaban la Buena Nueva del advenimiento de la Santísima Regeneración a la Junta. Escaldado por media vida de promesas incumplidas, el andaluz cabal no albergaba ya esperanzas y la mayor dosis de optimismo que podía permitirse sin caer en la insensatez, era una expectación somera bien barnizada de escepticismo. Ciento dos días después, aunque consciente de que aún ha pasado poco tiempo, las mejores previsiones han quedado sobrepasadas y lo que extraña es cuán poco han reivindicado Pablo Casado y Albert Rivera durante esta campaña que termina los logros de sus validos sureños. Pedro Sánchez, que ha transitado de la idiocia de sus inicios a la vileza que hoy exhibe, agitaba en el debate de anteanoche la sombra ausente de Vox: «Van a hacer ustedes lo mismo que en Andalucía». Y se adornaba con un giro de guionista de thriller político: «Elaboran listas negras», mintió. Mintió por desgracia, o sea, porque eso que él calificaba de tan novelesca forma no es, ni más ni menos, que el necesario registro de profesionales adscritos a un asunto tan sensible como la violencia doméstica, muchos de los cuales carecen de cualificación. Por ceñirnos al docto lenguaje jurídico, diremos que tienen menos papeles que una liebre: donde deberían actuar abogados, asistentes sociales, forenses psiquiátricos y psicólogos, pacen con frecuencia comisarios políticos, enchufados o, directamente, perturbados como la célebre Paqui de Maracena, la fanática carente de escrúpulos que ha destrozado la vida de Juana Rivas y sus dos hijos. Una lista negra minuciosamente elaborada a tiempo habría ahorrado muchas desgracias. Todavía no es tarde, quedan muchas víctimas por salvar.
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