Vitoria
La memoria y el olvido
Algo más de diez mil kilómetros separan Andalucía de Chile, donde el próximo martes se conmemora un nuevo aniversario, el 45, del golpe de Estado encabezado por Pinochet. A pesar de la distancia física, las distancias emocionales con ese país y con ese hecho histórico no son, ni mucho menos, tan lejanas gracias en buena parte al cine y más específicamente al Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, que en los años más oscuros de la Dictadura de Pinochet tuvo a Miguel Littin como uno de los cineastas más habituales y a la viuda de Salvador Allende, Hortensia Bussi, como invitada de honor. ¡Cómo olvidar aquella emotiva sesión en el cine Emperador en noviembre de 1986 con el público en pie ovacionando a aquella mujer menuda!
Chile, país en cuya liga de fútbol compite el equipo Unión Española fundado a finales del siglo XIX por españoles, no sólo estuvo muy presente durante aquellos años en Huelva; el sevillano cine San Vicente, desgraciadamente desaparecido como el Emperador, acogió la proyección de varios documentales sobre el golpe de Estado, el contexto en el que tuvo lugar y otras asonadas militares precedentes, que incluían imágenes impactantes como aquella en la que un oficial disparaba al operador de cámara que le filmaba. De aquellas películas, el título más destacado fue, obviamente, «La batalla de Chile», trilogía dirigida por Patricio Guzmán, quien se libró de morir fusilado o desaparecido y pudo salir del país dos meses después.
Algunos años antes, cuando en Andalucía abundaban los cines de verano y había para elegir entre una amplia oferta en la que nunca faltaba un clásico (ya fuera de los Hermanos Marx o de Chaplin) o alguna rareza para amantes del cine fantástico, también era posible ver en una localidad de la sierra un título tan poco comercial como «Llueve sobre Santiago», con música del magistral Astor Piazzolla y ambientado en aquellos siniestros días.
La imagen del palacio presidencial de Chile, la Casa de la Moneda, en llamas y bombardeado por el mismo ejército que debería protegerlo, se quedó tan impregnada en quien firma este texto como el momento de estar frente a este impresionante edificio. Probablemente estas desoladoras y terribles imágenes las habrá visto Pedro Sánchez en su visita al Museo de la Memoria de Chile porque es uno de sus contenidos más destacados, al igual que el sonido con los diálogos entre los oficiales chilenos al frente del brutal ataque. El Museo Yad Vashen de Jerusalem sobre el Holocausto goza de mucho más renombre, pero tal vez la ausencia de barreras lingüísticas hace que el Museo de la Memoria sobre la dictadura de Pinochet sea para el autor de estas líneas más impresionante, con contenidos difíciles de olvidar como esas cartas, escritas con caligrafía infantil, enviadas por los hijos de desaparecidos a sus padres, cartas que nunca llegaron a su destino y que por fortuna se conservan.
Clama al cielo que en España no haya ninguno similar, planteado con rigor histórico, sobre la Guerra Civil y la Dictadura de Franco, en el que se diera a conocer, por ejemplo, el asesinato de García Lorca y el de Muñoz Seca, las luchas fratricidas entre comunistas y anarquistas, así como las menos conocidas entre falangistas y carlistas, los fusilamientos de Paracuellos y los paseíllos de la postguerra, las chekas y los simulacros de juicios en el bando ganador, tal como recoge la sevillana Remedios Crespo, a partir de las vivencias de su propio padre, en el premiado guión de «Miel de naranjas», dirigida por Imanol Uribe; un lugar destacado debe ocupar la masacre de la Desbandá en la carretera de Málaga a Almería y en la que murieron, al menos, el doble de personas que en el mucho más mediático bombardeo de Guernica, como se ponía de manifiesto en el excelente corto documental «Garbanzos con azúcar», del malagueño Antonio Aguilar.
También las víctimas del terrorismo deben tener su propio centro, como el erigido en Vitoria hace dos años y que aún no está terminado del todo. En cuanto al mayor atentado terrorista en Europa, el 11-M, debería haber uno más apropiado que el existente junto a Atocha, que careciera de grietas y goteras; al menos debería ser tan digno como el Memorial erigido en Bali por las 202 víctimas de las bombas de octubre de 2002. Bastaría con que fuera una décima parte del impresionante Memorial del 11-S, que congrega cada día miles de visitantes en el mismo lugar donde estaban las Torres Gemelas.
Todo cuanto sea preservar la memoria contribuye al enriquecimiento por lo que tendrían que proliferar iniciativas como la del Centro de Estudios Andaluces, cuyos fondos digitalizados permiten saber, por ejemplo, qué contadas personas representaron a Cádiz, a principios del infausto julio de 1936, en la Asamblea pro Estatuto, algo sobre lo que el orgulloso nieto de una de ellas, que lleva su mismo nombre y apellido, pone por primera vez negro sobre blanco.
✕
Accede a tu cuenta para comentar