Economía
Las aceitunas del “Maine”
Si el sueño de la razón produce monstruos, como reza el grabado, la fantasía abandonada del liberalismo genera aranceles. La Administración estadounidense ha hecho realidad la amenaza del nuevo impuesto a la aceituna y los agricultores y empresarios de la industria alimentaria se mesan las barbas: «Esto es proteccionismo, sire». Pues eso, la momia de Adam Smith en croquetas y dos huevos duros. El planeta se empeña en girar al contrario. Lo de que China defienda como un converso el «laissez faire» no es ya novedad, pero que Estados Unidos pierda el norte en fantasías autárquicas demanda urgentemente una consulta al terapeuta. El olivo andaluz tiembla de frío mientras la globalización pierde adeptos y las naciones predican sus antiguas homilías. El librecambismo repite crisis como un siglo atrás. El planeta, entonces, tuvo también empeños en piruetas extravagantes. La voladura del «Maine» fue un caso sonado. España, una potencia con naves construidas con la misma madera de Clavileño, exculpó de inmediato su participación en el hundimiento del acorazado, Estados Unidos desoyó las explicaciones, estalló la Guerra de Cuba y, tras él, el monstruo íntegro del 98. Como no hay monstruos sin razones, allá quedó registrado el mensaje del editor de «The New York Journal», William Randolph Hearst, a sus enviados especiales a La Habana, aburridos ya de que ningún ejército rompiera las hostilidades: «Quédese en su puesto; usted ponga las imágenes, que yo pondré la guerra». El mundo, al revés, aguardaba a una crisis de la globalización, pero nadie esperaba que fuera Estados Unidos el que disparase primero. La primera víctima del signo de los tiempos es la aceituna andaluza. «¿Está Trump? Que se ponga». Sin Gila, se desconoce quién va a levantar un teléfono.
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