Andalucía
Maldita la gracia
l pecado mortal de Dani Mateo no es limpiarse la nariz con la enseña nacional, gamberrada que puede repetir cuanto le plazca sin riesgo de ser linchado ni encarcelado precisamente por la vigencia en su país de las libertades que dice añorar. El mal cómico, o sea, no se define por ir en alguna ocasión demasiado lejos con sus bromas, sino porque nunca, jamás de los jamases, arranca en un espectador mínimamente instruido ni media sonrisa, siquiera sea de conmiseración. Se separa en este punto de su jefe, Gran Wyoming, a quien puede reprochársele la práctica de un humor hemipléjico que chapotea en el lodo del sectarismo, pero que tiene gracia a veces. Casi siempre. Mateo, barcelonés que busca desde hace tres lustros hacerse perdonar su condición de charnego, va camino de la cuarentena sin que se le haya escapado todavía una frase inteligente, siquiera por equivocación. Mucho peor que su gesto, cobarde por cuanto ni harto de vino se atrevería a hacerlo con otra bandera, es su feble justificación: «No se me ha entendido», arguye invirtiendo hacia el público la carga de la estupidez. Algunas firmas comerciales, entre ellas la textil sevillana Álvaro Moreno, han retirado el patrocinio de su programa como prueba de que un sector de la sociedad ha perdido el miedo a sentirse dentro del cordón sanitario que teje la carcunda progre y no se arredra ante ese epíteto de «facha» que ha perdido significado a fuer del abuso que de él se ha hecho. Pues se acabó el cuento. Ya pueden arrogarse cuanta superioridad moral deseen, que el batallón de los hartos incrementa de forma exponencial y lo gritan a los cuatro vientos sin asomo de complejo. Alguien ha escrito recientemente que el populismo es la respuesta que los ciudadanos dan a la dictadura de la corrección política. Imposible atinar más.
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