Radio
Moonriver para mi amigo
Santiago Talaya Toresano falleció el pasado jueves
Santiago Talaya Toresano hacía el turno de madrugada en Radio España, en la calle Manuel Silvela de Madrid, donde un «atajo» de periodistas había llegado con la esperanza de remontar el vuelo o, en su caso, empezar a levantarlo. En 1924, EAJ-2 fue la segunda emisora que consiguió el indicativo nacional tras Radio Barcelona. Pero aquella radio, con tanta leyenda y tanto olvido, acababa el siglo en un segundo sin ascensor, con su polvoriento teatro cerrado y un conserje, García, siempre vestido con un traje gris marengo. El tal García explicaba de memoria todas las escuelas de la filosofía revolucionaria: «Desengáñense, jóvenes, la dictadura del proletariado...» y se las explicaba a diario a Angelita, la veterana operadora, que nunca llegó a apuntar tentaciones levantiscas y volvía a su casa como si tal cosa.
Antonio Jiménez y Miguel Pérez Pla habían llegado a aquel islote para hacer «Cada Día», un programa despertador-magazine, de 6 a 12, en el que colaboraban Jorge Javier Vázquez, Beatriz Cortázar, Julián García Candau, Anson, Julián Lago, José Antonio Sánchez, José Antonio Vera o Jaime Peñafiel.
El equipo era «internacional» pero aquella «habitacioncita» a la que le decían redacción era de «sillas calientes»: los trabajadores se disputaban el perchero y los bolígrafos. Talaya estaba tan envenenado de radio que todo aquello le parecía la Quinta Avenida del triunfo. Y encima me pagan, parecía decir: lo único que le faltaba era poner la cama. Todo eso fue antes de la mayoría absoluta de Aznar, antes del atentado de las Torres Gemelas y antes de las advertencias sobre el efecto 2000.
En la emisora de Manuel Silvela iba de tándem con Guillermo Domínguez, vigilando ambos las madrugadas, haciendo boletines de encaje cada hora («Radio España, toda la información a las 2, a las 3, a las 4, a las 5 de la mañana...»). Luego se quedaba hasta las ocho para leer titulares con Antonio y con Mónica Roncero.
Como la radio le era como la sangre, aprovechaba la luz del día para colaborar en La Rebotica, el programa de Enrique Beotas que se emitió por frecuencias asociadas y también, durante varias temporadas, en Onda Cero.
Pudiendo haber sido un sabio de casino, un personaje machadiano por bondad y pasado, regateó el futuro planificado. Cumplió con la licenciatura de Económicas, la metió en un zurrón y se hizo un master de la radio pública: el master fue un ejercicio reiterado porque ya lo llevaba puesto desde Lepe. Había sido de esos niños de los setenta que creyeron, a pies juntillas, que Luis del Olmo y Carrusel Deportivo eran la Biblia en Pasta. Imitaba las voces, los acentos, se sabía los anuncios de memoria, saltaba de un pico al otro del dial como en un parque de juegos. Ese universo de las palabras y las emociones estaban en su niñez de pueblo. Estaban por los locutores «estrella», por los locutores de continuidad y por los locutores maravillosamente horrorosos, esos que enseñan que se puede ser el peor en algo y resultar tan imprescindible como la costumbre.
Santi sabía que la radio es una costumbre que hace feliz o al menos distrae, que ya es bastante. Tan distinta a la televisión, y a este mundo atosigado de imágenes, para él, la radio estaba hecha sobre la imaginación de cada cual, siempre, o casi, más confortable que la realidad que el jueves lo arrebató.
En el colegio mayor «San Juan Bosco» dejó huella de su bonhomía y de su generosidad: organizaba radio-forums y conferencias con grandes de la radio y transmitía su inquietud al resto de compañeros. Luego guardaba las fotos de las estrellas con las que había compartido confidencias profesionales.
Hace cinco años, coincidió con Roberto Gómez, el polemista deportivo en las Colombinas de Huelva. Santiago le explicó a Gómez las retransmisiones de éste. Los giros y las expresiones que el propio Gómez había utilizado durante la retransmisión del mundial de Méjico-1986. Hasta que el otro acabó diciéndole «lo sabes tú mejor que yo y yo fui el que estuve en Querétaro». Las Colombinas, la Plaza de la Merced, La Plazuela, El Paraíso, los lugares felices de un hombre honesto y cabal.
Santiago ha dado los mejores años de su vida profesional a Onda Cero, primero en la emisora de Granada, ciudad a la que tanto quería, y luego en la cabecera regional de Sevilla, abrió durante años la puerta para ayudar al madrugón de los andaluces en las desconexiones de la locomotora de «Herrera en la Onda».
Las claras del día las veía andando: entre la plaza de Cuba y la calle San Fernando pensaba en los sonidos, en los cortes, en las entradillas, en el matiz político de la jornada. Desde comienzos de 2015 era el responsable de la información en Radio Nacional de España en Andalucía, donde ha dejado tanto bueno y donde tanto le quedaba por entregar.
Manuel Andrés González, siendo alcalde de Lepe, lo nombró embajador Turístico del pueblo. Hizo bien porque allí donde podía voceaba el nombre de Lepe como si fuera su paisano Rodrigo de Triana gritando ¡Tierra!
En la barra de Mariscos Emilio de la calle Génova siempre había unas cuantas cervezas frías con las que ponerle una tirita al mundo. Era en noches de verano parecidas a ésta tan, tan, desoladora. Aquellas citas con Victoria y su hijo, en los buenos momentos y en los otros, la vieja casa del paseo marítimo de La Antilla, el barrio de los pescadores...
En estos casi veinte años de amistad he admirado su sencillez, su bondad, su profesionalidad y su mano tendida de hombre de palabra.
Tan lejos de Huelva, suena Moonriver: «Río de luna, más largo que una milla, alguna vez te voy a cruzar, eres una fábrica de sueños, eres un destroza-corazones...».
No debemos olvidarte. No podemos olvidarte. No te olvidaremos.
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