España
No es país para republicanos
Parece que este titular es prácticamente indiscutible. Vamos a una síntesis. En los años 70, la mayor parte de la oposición clandestina era republicana. Incluso algunos grupitos conservadores, por si acaso, coqueteaban con los rojos del contubernio judeomasónico, como son llamados por el régimen que gobierna España de forma dictatorial. Pero la salud del caudillo se sabe que es precaria, la restauración monárquica, que encabeza Don Juan Carlos, es considerada por los citados grupos más precaria todavía, así que gran alborozo, en breve otra vez la república. Pero el régimen republicano es siempre de corto recorrido incluso en el terreno de las ilusiones en nuestro país. Así que «El Breve», como ya llaman al Rey recién entronizado, le traspasa el mote a los que ya se veían con la tricolor alzada en la Puerta del Sol y corriendo a gorrazos a la familia real al grito de «Jamás volverán los Borbones», sin recordar que esta familia es muy contumaz y que el grito de «nunca jamás» ya lo han oído en varias ocasiones y han vuelto siempre. Para mayor escarnio de la tropa republicana, de pronto se dan cuenta que el rubio y alto monarca no es que fuera como también le apodaban «bobón». Muy al contrario, resulta que era «el listo». Tapado y con estupendos consejeros, contactos por diversos países y entidades, con líderes y con partidos políticos e incluso tiene un plan para llevar por la vía pacífica directamente a la democracia. Para que no quedaran dudas de que el puto amo es «Él», aborta un golpe de estado que ningún presidente de la república hubiese podido parar. La operación se lleva a cabo y además con éxito para todos y de todos. A partir de ahí, ya los republicanos dan por sentado que la tricolor vuelve al baúl de los recuerdos por décadas y sólo queda la esperanza de que la vida un tanto arriesgada del monarca produzca un accidente o un oportuno atentado... Dando todo por perdido, como Puigdemont en estos días, los listos del grupo, para quedar bien, se inventan aquello de «no soy monárquico, lo que soy es ‘juancarlista’». De esta forma tapan sus vergüenzas. A España le va tan bien que, durante muchos años, el problema era morir de éxito. Pero el invierno llega aunque no quieras y aparece en forma de feroz crisis económica. Con el paro, la escasez en muchas casas, con la corrupción devorando los partidos y las instituciones, aparecen nuevos grupos radicales, acampadas y manifestaciones constantes. En ese momento, la imagen de deterioro físico que muestra el Rey es inquietante. A esto se une una serie de desaciertos personales del soberano y una campaña de desprestigio y de infundios tremenda. De nuevo el alborozo, las guardadas banderas republicanas vuelven a ondear por las calles e incluso se cuelgan en balcones de ayuntamientos y en despachos de funcionarios públicos. Los que están al frente de este nuevo intento saben que si cae el Rey no habrá quien pare la oleada republicana y luego ya habrá tiempo de quitarse a los extremistas. Pero cuando lo dan todo por ganado, el eterno Juan Carlos les da media verónica, abdica, su hijo y heredero es refrendado en el Congreso de los Diputados por mayoría absolutísima y además de sacarles a todos más de 20 centímetros de estatura – con lo que esto jode–, parece que en inteligencia está a esa misma altura. Para colmo, los adalides de la república catalana cometen el grave error de despertar los sentimientos patrióticos en toda España. Un mar de banderas rojas y gualdas se apodera de la Nación. El Rey Felipe, que se ha lucido en sus actuaciones sobre los independentistas, sube como la espuma en el reconocimiento ciudadano. Por eso, al cumplir los 50 años, periódicos, literatos, artistas, políticos y empresas, se vuelcan en su felicitación y defensa. Y para colmo, está la fotografía, la foto del Rey y su heredera, una imagen que vale más que millones de palabras, sobre todo si son como las del líder de Podemos. Otra vez se vuelve a guardar la tricolor para próxima ocasión. Los Reyes estarán el martes en Málaga: lo que procede es demostrarles la lealtad y afecto que merecen.
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