Hollywood
Perelman, Perelman y Perelman
«Perelmanía» ofrece parte de la obra del escritor más hilarante de Estados Unidos
Un joven, y aún inédito en el éxito, Groucho entró a escena en un mugriento teatro de Rhode Island. Simulaba bajar de un trasatlántico. Entre un público menguado debía estar nuestro incorregible escritor. «Amigos -dijo el del bigote, reprimiendo un eructo-, la próxima vez que cruce el océano pienso ir en tren. La verdad es que resulta un alivio poner los pies en tierra firme. Ahora sé que cuando coma algo no tendré que volver a verlo». El menor, sólo por edad, de los Hermanos Marx recordaba que en su absolutamente inolvidable infancia solían jugar al béisbol sin pelota y cuando en su casa se detenía el camión de la basura, su padre se encargaba de decirle al operario: «Por hoy ya hemos tenido bastante» El gran Perelman escribió varias veces para los Marx porque tenía la furibunda costumbre de ponerse del lado de cualquiera que pudiera pagarle: «Todo aquel que ha estado alguna vez con ellos te dirá que prefiere ser encadenado al remo de una galera y flagelado a intervalos de diez minutos hasta chorrear sangre que volver a trabajar con esos hijos de puta». Lo cierto es que el inclemente amigo, S.J. Perelman, que ha sido ignorado en España desde antes de que naciera, es un tótem norteamericano del humor escrito. Así que con siglos de retraso se le ha descubierto puntualmente: la editorial Contra ha publicado «Perelmanía», un álbum con algunos de sus mejores relatos y una labrada introducción de Didac Aparicio. Cáustico, absurdo, torrencial, Perelman transitó por el depravado Broadway y estuvo a sueldo de Hollywood, «una siniestra ciudad industrial controlada por gángsteres de enorme fortuna con la ética de una manada de chacales y un gusto tan degradado que ensucia todo lo que toca». El vocabulario de sus textos, como escribió Bill Bryson, es el resultado de «clásicos de la literatura francesa, textos científicos del siglo XIX, arcanos libros de geografía, manuales de náutica, relatos de aventuras y privación... En consecuencia, parece que no hubiera ninguna palabra del léxico indoeuropeo que no pudiera emplear con finalidad práctica o perturbadora». Acotando, una obra disparatada que, en los tiempos que corren, provoca desde lejos con un prólogo firmado por un tal Woody Allen. Vade retro Satanás. Ambos, epígono (Allen) y maestro (Perelman), comparten su actitud refractaria hacia los Oscars y su emperifollada entrega. Perelman ganó uno por el divertido guión de «La Vuelta al Mundo en 80 días» (1956) y, en su lugar, fue la cómica Hermione Gingold la que acudió a recoger la estatuilla, esa palabreja. Hermione interpretó este parlamento compuesto por nuestro singular individuo: «Estoy muy orgullosa de recibir este 'objet d’art' en nombre de Mr. Perelman que ha justificado que no puede estar aquí por un ramillete de motivos, todos ellos picantes. Al recibir este galardón, está absolutamente estupefacto y desconcertado. Él no esperaba ningún premio por esta película. De hecho la escribió con el firme compromiso de que nunca fuera estrenada bajo ninguna circunstancia».
«Perelmanía», el libro, ya está en la mesilla de noche. Y ahí se va a quedar ad eternum. Para cuando quiera abrir la puerta a la carcajada de un mundo que pone este otro oxidado mundo del revés. Con Perelman no hay nada solemne. Esta última frase, efectivamente, tiene intención de ser un «blurb» (una cita promocional de las que se imprimen en las contracubiertas). Un blurb no exactamente igual que el «blurb» que le dedicó el cabrón de Groucho: «Desde el momento que cogí el libro de Perelman hasta que lo dejé, me invadió una risa incontenible. Algún día tengo intención de leerlo».
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