Racismo

Progresía e intolerancia

La Razón
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Los altercados que han incendiado Pedrera durante el pasado fin de semana siguen por partida doble el esquema básico de la Antropología tradicional, en tanto que muestran la división de la humanidad en dos grandes bandos de irreconciliable antagonismo: nosotros y los otros. Rechazada al cuadrado por estar compuesta de extranjeros (xenofobia) en su mayoría gitanos (racismo), la comunidad rumana afincada en esa localidad de la Sierra Sur sevillana no gozará con la caricia mediática que recibieron en el pasado víctimas de turbamultas similares en Martos o El Ejido. Porque los pedrereños, a los que bastó una discusión de tráfico con herido leve para infligir un masivo pogromo a sus indeseados convecinos, no son los hijos sin futuro de una burguesía depauperada, ésos a los que se escupe el epíteto fascista en cuanto tocan ciertos tabúes; no, allí resulta que la mitad de los ciudadanos vota al pesebre socialista y la otra mitad se decanta por el comunismo agrario. ¿Cómo es pues posible que haya tensiones raciales en uno de estos ejemplares pueblos Potemkin de la Junta? ¡Si hace decenios que es una arcadia de donde la derecha quedó erradicada! Con enojosa frecuencia, la cruda realidad desmiente los mitos progres hasta deparar situaciones que, de no ser por su gravedad, merecerían ser caricaturizadas. Los epítetos que el noble e izquierdista pueblo de Pedrera dedica a los ciudadanos migrados desde un país de la Unión Europea harían sonrojarse al mismísimo Torrente pero, oh sorpresa, no son proferidos por energúmenos de cabeza rapada ni por señoronas nostálgicas que votan a Vox. Caramba con el probo andaluz de paguita y Canal Sur, lo facha que nos ha salido. A ver quién me ata ahora esta mosca por el rabo o, mejor, quién se atreve a afrontar el problema.