Sevilla
Recentralización
La bacteria listeria monocytogenes, por su denominación científica, se ha convertido en ese «personaje del verano» que en su momento encarnaron Georgie Dann o Anita Obregón, dos gigantes intelectuales a los que la modernidad líquida ha bajado, por desgracia, de su pedestal. Su influencia, que ha sido incluso mortífera (y abortiva), se extenderá más allá de la estacionalidad que se supone a estas tormentas estivales de mucho ruido (mediático) y pocas nueces, pues resulta que el Gobierno regional ha desencadenado a su albur un conflicto de competencias, nada menos. Jesús Aguirre, que sigue teniendo más nombre de noble consorte que de consejero, ha aprovechado la controversia con los laboratorios municipales de Sevilla para sugerir la devolución de ciertas competencias sanitarias a la Junta. Más allá de que habría que verlo echarle el rentoy al alcalde malagueño en vez de al socialista Espadas, la apertura del debate de la recentralización siempre es una melodía agradable para los oídos de la derecha, al menos de esa amplia base social jacobina a la que tanto defraudó la socialdemocracia emboscada o el izquierdismo ‘soft’ de Rajoy y Soraya, que rima con morralla. Mutatis mutandi, se podría ampliar el espectro de la medida para que la educación, por mencionar algo al azar, se regule desde el Gobierno en lugar de en cada comunidad autónoma. Claro que la división en taifas reduce el riesgo de que, por ejemplo, todos los estudiantes de España se formen bajo la señora Celáa y así habrían saltado del horno a las brasas, es decir, del consejero maula a la ministra sectaria. Que no pueden estar los ciudadanos tranquilos, o sea, mientras los pastoree esta clase política mediocre y paticorta, tan ocupada en darse pellizquitos de monja en lugar de resolver los problemas del contribuyente.
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