Minería

Sin novedad en Aznalcóllar

La Razón
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Cuando en la madrugada de ese 25 de abril, ayer hicieron veinte años, se partió por la mitad la balsa de la mina de Aznalcóllar, se abrió la edad dorada del ambientalismo andaluz. Hacía ya seis años que Alfonso Ussía había dado a la imprenta su «Manual del ecologista coñazo», obra que debió subtitular con la coletilla «valga la redundancia» y que resulta imprescindible para combatir desde el humor, justo lo que más fastidia a los predicadores del apocalipsis, a la más molesta plaga social que nos legó el siglo XX. Y ahí siguen los tíos. Los catastróficos augurios que se oyeron tras el vertido accidental de Boliden inducían al suicidio, tal era el mundo de toxicidad invivible que anunciaban, pero la única consecuencia fue otro vertido incontrolado, en este caso de centenares de millones de euros procedentes de la Europa rica, con el que los diversos gobiernos, nacionales y sobre todo regionales, subsidiaron la economía de la comarca hasta convertirla en un parásito irrecuperable: hoy, allí nadie trabaja ni tiene la menor intención de hacerlo durante las cuatro próximas generaciones. Eso sí, votan al PSOE con un entusiasmo digno de las más nobles causas. Como daño colateral, y no menor, surgió una voraz miríada de natu-asociaciones y natu-organismos, privados o públicos tanto daba pero indefectiblemente compuestas por natu-aprovechados que percibían generosos natu-sueldos, que han secado los presupuestos como un lustro sin lluvia secaría una marisma. La minería es una de las pocas alternativas que Andalucía ofrece al monocultivo del turismo pero el sector no cuenta con las bendiciones de la progrez conservacionista. A las empresas que aspiran a explotar ese yacimiento, u otros, las hostigan sin freno Administración y oenegés. Salvo si contratan a alguien apellidado Chaves.