Andalucía
Sobresalto en la tranquila Pau
En la civilizada Francia, oh sorpresa, se multiplican por tres las muertas por violencia doméstica anuales de la atrasada España, cuando la población apenas si se multiplica por 1,5. La ratio por millón de habitantes es el doble, como por desgracia han comprobado tres sevillanos –más un niño mestizo– asesinados antier por un ciudadano (aux armes citoyens) de origen, ejem, marroquí. «Voilà» una bonita emergencia nacional en la que se combinan los consuetudinarios elementos de género con otros más incómodos de señalar como la procedencia extranjera de un llamativo porcentaje de los autores de estos crímenes: rumano es el uxoricida detenido esta misma semana en Lepe, verbigracia. Valga el tenebroso suceso para hablar de Pau, la preciosa ciudad que también este verano se asoma al diario estival de quien suele visitarla por estas fechas, cuando el único sobresalto para sus habitantes es la caravana del Tour que indefectiblemente llega al comienzo o al final de su periplo pirenaico. (Tocan este año rumbos distintos.) Cuesta imaginarla como escenario de un cuádruple crimen y no como la corte de Enrique IV, el buen rey navarro que terminó con las guerras de religión o, andando los siglos, como el centro universitario de vida animada por una nutrida presencia de estudiantes suecos que buscan allí los orígenes de la casa Bernadotte, la familia reinante en el país escandinavo. Desde el Boulevard des Pyrenées, en los días claros, se divisan 800 kilómetros de cordillera mientras se degusta un aperitivo (el ritual «appéro» francés) en tumbonas dispuestas para la contemplación de la montaña en la que pacen las ovejas con cuya leche se elabora el pestilente, pero exquisito, queso «du Pays». También en la idílica capital del Bearne, o sea, anidan criminales de la peor especie. ¡Quién lo diría!
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