Socio, no vasallo

La etimología del verbo avasallar, según el diccionario de Corominas, se remonta a la Edad Media, cuando un señor se erigía en protector y dueño de un territorio con su población incluida. Los tomaba como «vasallos», o sea, y a esa condición quieren reducir las formaciones del bipartito autonómico a Vox, que no se deja porque sabe que les presta una docena de votos indispensables para ejercer su acción de Gobierno. El rechazo frontal del Presupuesto anunciado por el derechismo rotundo a través de la presentación de una enmienda a la totalidad supone para PP y Ciudadanos un aviso que harían bien en tomarse en serio: cuentan con un socio parlamentario, sí, pero no con una reata de cautivos a su servicio. Ya puede Juan Bravo afinar las cuentas, desde luego, y también deben atarse los machos los aspirantes a estadista que en Madrid pretenden reeditar pactos «a la andaluza». Pensaban tal vez que Abascal y Serrano hablaban en broma cuando exigían un viraje en el rumbo socialdemócrata que tomaron hace tiempo las políticas de todos los partidos. Algunos de los primeros pasos del ejecutivo de Moreno y Marín, M&M, han sido prometedores, sobre todo en su diagnosis de cuanto funcionó mal durante los cuatro decenios anteriores. Luego, sucede que el poder envilece, aunque los más cursis prefieran explicarlo con campanudas citas sobre «el arte de lo posible» y los más cínicos agiten el barbarismo «realpolitik»: ellos dicen cambio pero el votante perplejo oye herencia, igual que ocurrió la semana pasada con el pasteleo de Canal Sur. Algo van a tener que darle a Vox a cambio de su aquiescencia. ¿Sillones aquí o en otro lado? ¿Alguna medida de incuestionable matiz conservador? Deberán discernir qué precio es más conveniente y habrán de aprender, de una vez por todas, que ningún apoyo es gratuito.